Reseña del libro “Una historia con aguijón: Mis aventuras con los abejorros”, de Dave Goulson
Llega el verano y no importa si frecuentas la piscina, la playa o el río. Es escuchar su zumbido muy cerca de la oreja y se te erizan los pelos del brazo como para lijar madera. Eso al menos la persona más templada. Hay quien realiza una danza tribal, toalla en mano, o huye despavorido, pero ¿de qué? A mí siempre me enseñaron que las avispas muerden, las abejas pican y los abejorros zumban muy alto. Eso y que las abejas producen miel es poco más o menos lo conocido por todo el mundo. Lo que también demuestra que ignoramos bastante de la naturaleza. Y no saber da mucho miedo. No me extraña que luego las tengamos pánico. Para quien quiera reconciliarse con este grupo tan diverso de ciclos tan fascinantes, no se me ocurre mejor libro que Una historia con aguijón: Mis aventuras con los abejorros del biólogo Dave Goulson, en su versión traducida y publicada por Capitán Swing. El equilibrio perfecto entre lo académico y lo personal.
Estamos ante un libro con un protagonista poco habitual, el abejorro (Bombus sp.). El bueno de la película si lo comparamos con la fama macarra de las avispas y aquella más heroica de las abejas —también presentes— en nuestro empeño por simplificar una biología que en realidad tiene mil formas. Solo en estas páginas se mencionan al menos veintisiete de las más de doscientas cincuenta especies conocidas de abejorro. Y aunque se explique desde la perspectiva de la primera persona, el autor no es más que el conector de un hilo argumental superior al que aporta la frescura de la anécdota y la emoción humana de quien disfruta investigando por el mundo.
El arranque es terrorífico a la par que entretenido. Nos muestra la relación entre un niño autodidacta y una naturaleza a la que admira, de la que aprende sobre la marcha. El resultado es una introducción propia de Daniel el travieso por la que no he podido evitar llevarme las manos a la cabeza en más de una ocasión. Tras las confesiones, se suceden diecisiete capítulos que no siguen un orden concreto; aunque sí que se intuye cierta línea temporal y la necesidad de crear un contexto antes de profundizar en los detalles. Se trata de historias enmarcadas por cambios en la vida profesional del autor y viajes de estudio por y desde Reino Unido hasta las antípodas como Nueva Zelanda o Tasmania. Aventuras que comparte con colegas de profesión y doctorandos varios donde las descripciones tienen ciertas pinceladas de guía turística.
Cada capítulo de Una historia con aguijón abarca un tema nuevo que entra muy suave gracias a la macedonia de datos históricos, académicos y personales que impiden que la monotonía se adueñe de la lectura. Entre esos temas se encuentran los propios de los abejorros, como su ciclo biológico, aspectos cognitivos y fisiológicos como la termorregulación —sí, sí, lo que acabas de leer—, y modos de vida, más propios de los pájaros, que jamás hubiese imaginado. No faltan tampoco los aspectos ecológicos y de conservación, tan importantes para asegurarse la biodiversidad. ¡También hay lugar para la ciencia ciudadana! Lo bueno es que este libro da ejemplos tan concretos tanto en negativo como en positivo que cualquier profesor podría tomarlos como referencia para sus clases. Y es que aunque una especie se considere importante o fundamental para un medio en concreto, puede no serlo para otro y generar múltiples daños como invasora. Una explicación muy clara y muy necesaria que le da al libro un valor añadido.
Para los que disfruten de la teoría, tienen unos apartados de evolución y genética que no saturan. Por su parte, los profesionales dedicados a la investigación empatizarán especialmente con la parte práctica y las diferentes técnicas de estudio de estos invertebrados tan escurridizos. No he podido evitar sentirme reflejada, a mi manera, con las pifias y chascos inevitables en cualquier carrera universitaria y, por contra, con esa sensación de éxito que te recorre el cuerpo cuando por fin das en el clavo. ¡Pero esperad, que aún hay más! Porque si el mundo ya era complejo, los humanos lo enrollamos más con nuestras prácticas comerciales, y la industria tiene mucho que ver con lo que ocurre o deja de ocurrir con el abejorro. ¿Y qué hay del ejército o los perros? No os ibais a creer la de cosas que son capaces de hacer los científicos para encontrar respuestas a sus preguntas.
En deferencia con el autor, Dave Goulson, diré que hay un punto que me ha parecido muy acertado, y es que no incluye el nombre de la especie en latín dentro de la narración. Lo hace después, a modo de tabla en las últimas páginas, donde compara el nombre común con el científico, con lo que la lectura resulta mucho más fluida. Además, describe muy bien el paisaje rural en su contraste con el lado más salvaje cuando aporta datos biográficos, algo que de por sí gusta a los amantes de la naturaleza en general. Porque pueden verse allí, vivirlo como se vive sumergido entre las hojas de papel.
En lo personal, reconozco que los himenópteros en general, a excepción de las hormigas, y junto con las serpientes, son de los grupos animales de los que más me cuido. Es ver ese negro y amarillo aposemático y comenzar la danza tribal que avecina la tormenta del pánico. Pero en la teoría todo es muy distinto. Y hacemos mal en generalizar. Hay tantas especies, con vidas tan diferentes y tan duras que en lo último que puede pensar un abejorro al despertar por la mañana es «a ver a qué humano voy a fastidiar hoy». Pensar que va a ser a uno mismo es incluso algo egocéntrico.
Una historia con aguijón: Mis aventuras con los abejorros me parece un ensayo muy completo desde el punto de vista biológico y de entretenimiento. Además de que desempeña un papel educativo, lo pretenda o no; sobre todo de concienciación, que siempre entra mejor «con un poco de azúcar». Un gusto que compartimos con los abejorros. Y aunque os pase como a mí, que os den un poco de susto, si os gusta la naturaleza, el libro os va a encantar. Porque lo que no podréis negar es que el valor de ese zumbido es incuestionable.