Estoy bastante de acuerdo con eso de que el mejor viaje es el viaje hacia uno mismo, pero claro, si a ese viaje hacia uno mismo le sumas otro viaje paralelo a uno de los puntos más recónditos de la tierra, sin nadie alrededor, dentro de una pequeñísima cabaña y con noches que duran meses y un frío polar, es probable que ese viaje hacia dentro se intensifique. Si no, que se lo digan a Christiane Ritter quien, en 1934 se fue sola (imagina lo convencida que debía de estar y los bemoles que tuvo que tener) en barco desde Hamburgo hasta la isla ártica de Spitsbergen (Noruega). Probablemente tú tampoco sepas por dónde cae esa isla, y para eso la autora o bien la editorial han puesto al inicio del libro una serie de mapas que nos ayudan a situarnos. Punto a favor. Christian Ritter escribió un libro contando todas sus vivencias a lo largo de un año en aquella isla junto a su marido y junto a Karl, un joven arponero que les acompañó durante todo el viaje. Ese libro se publicó en 1938 en Alemania y todavía hoy sigue vendiéndose. Ahora, aquí, lo publica Península en traducción de Carles Andreu. Estoy hablando de Una mujer en la noche polar y ha sido todo un gran descubrimiento.
Como digo, en Una mujer en la noche polar, Christiane Ritter cuenta su experiencia (en primera persona, lógicamente) durante el año que pasa en la isla de Spitsbergen. Desde su salida de casa, convencida por fin por su marido, quien ya lleva unos años allí, hasta su vuelta, dejando a su marido un invierno más en la isla. Durante ese año, una transformación. A lo largo de la lectura del libro vamos viendo cómo el carácter de Ritter va cambiando, cómo su percepción de lo que le rodea no tiene nada que ver cuando tiene que irse que cuando llegó, cómo todo pasa de no ser muy bonito a convertirse en su paraíso interior. Christiane llega a la isla antes de que empiece el invierno, estación que allí comporta meses y meses de oscuridad o, como ella, dice: «oscuridad sin fin». Con visitas y caza de osos, lobos y focas, a medida que avanzamos en la lectura vamos descubriendo, a la vez que ella misma, la parte más natural de la autora. Ve a otro en su marido, alguien más relajado, convencido y seguro; probablemente igual que cuando a ella le toca volver. Allí somos nosotros quien la vemos. Porque Sptisbergen, en realidad, más que una experiencia polar o casi de supervivencia en lo que ella llama «la naturaleza implacable del Ártico», es una transformación vital. Su marido y Karl se irán durante periodos de varias jornadas a cazar con el objetivo de traer carne que les pueda durar (obviamente allí todo se conserva durante mucho tiempo). Será en esos momentos cuando más disfrutemos de Ritter. Porque será aquí cuando veamos su verdadera evolución. El descubrimiento de un paisaje evocador, la conexión con la poca fauna del lugar, el entendimiento de lo peligroso que es cualquier despiste en un lugar donde todo puede ser fatal. Rodeada siempre de niebla y bruma, Christiane Ritter aprenderá muchas cosas, pero sobre todo aprenderá lo valioso que es desaprender. Se dedicará a cocinar, a zurcir, a remendar, pero también a guiarse en el más profundo Ártico, a valerse por sí misma, a descubrir su parte más esencial. Los meses irán pasando, noche tras noche, hasta que cierto día, después de una «noche que durará 132 días», aparezca el sol. Entre medio, vivencias como la de encontrarse con la cabaña enterrada en nieve, y ella dentro; el qué hacer cuando no queda comida y es imposible salir a buscar nada, la dificultad por tener referencias temporales en un lugar donde el tiempo no importa. Llegará de nuevo el día y aquello ya no será igual, ya será su isla para siempre, aunque ella ya no esté allí.
Con un pliego de fotografías donde se mezclan reales del lugar con ilustraciones de la autora y pequeños detalles ilustrados a lo largo de todo el libro también obra de Ritter, este Una mujer en la noche polar es una demostración más de lo poco que importa a veces el año en el que se ha escrito algo cuando lo que se cuenta es universal. Porque no todos somos capaces de irnos durante un año al Ártico, pero sí somos capaces de descubrirnos a nosotros mismos, de ahondar en nuestro interior y ver qué hay de verdad, y de mentira, en el fondo. Al fin y al cabo, quitando la nieve, la cabañita, los lobos, osos y focas, el hielo y los dos hombres, eso es lo que hace Chrisitane Ritter: descubrirse. Y, creo yo, aunque quién soy yo para decir esto, que es lo más valioso que ella se llevó de allí. Ojalá todos los viajes fueran así de fructíferos. Pero no. Cuántos no. Así que ya que tenemos uno, recién publicado y muy bien escrito, por qué no aprovecharlo. Al fin y al cabo, lo dice la propia autora: «Seguramente, en el Ártico uno nunca experimentará nada que no llevara ya en su interior». Gran lectura.
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