Reseña del libro “Una (muy) breve historia de la vida en la Tierra”, de Henry Gee
Dentro de las muchas formas en las que se puede clasificar la lectura, tengo una que se llama: «aquellos libros con los que daría un golpe en la mesa» —o que estamparía en la cara de alguien, pero estoy de buen humor—. Como si desde sus entrañas de pulpa de celulosa gritase: «¡Apártense, que aquí estoy yo!». En el ámbito de la divulgación científica esto quiere decir que se trata de un texto imprescindible, imperdible y actualizado. Un IIA en toda regla, aunque sea a modo de resumen. El paleontólogo británico Henry Gee ha escrito Una (muy) breve historia de la vida en la Tierra, publicado por el sello Indicios de Ediciones Urano. Un libro que Darwin estaría muy emocionado por leer. Y yo también.
Al igual que ocurre con el meme del novio que se vuelve a mirar a la chica guapa, fue ver la portada del libro y olvidar lo que estaba haciendo. Para quien se ha formado en biología, la palabra «vida» destaca como una mosca recién caída en la leche. Y si además se añade la frase: «4600 millones de años en solo 12 capítulos», es un reto declarado.
Y cumplido. Ya solo en la primera hoja del primer capítulo, «Una canción de fuego y hielo», se forma el sistema solar. A partir de ahí surgirá la vida y, con una narración bastante directa, nos adentraremos en los tejemanejes de la evolución. Como en la famosa introducción parodia de Los Simpson, pero bien contada. Una historia tan maravillosa como terrorífica, que repasa de forma amena todos los estados por los que ha pasado la Tierra, desde la bola de nieve al jardín del Edén, y su repercusión en los seres vivos. Donde podemos encontrar dinosaurios con plumas y con un sofisticado sistema de aireamiento interno; hipopótamos y leones cazando ciervos junto al río Támesis; o una versión marsupial del tigre dientes de sable, que llevaba a sus crías en la bolsa como hacen los canguros. Mientras tanto, las cinco grandes extinciones compiten por ver cuál ha sido el escenario más apocalíptico —«…que envenenaban todo lo que no hubiera sido ya asfixiado, gaseado, quemado, hervido, asado, frito o disuelto» (pag.73)—. Pero la vida es peculiar, y lo que es malo para unos, otros lo aprovechan. Si no hubiese caído aquel bendito meteorito, hoy no estaríamos aquí.
De entre la sucesión de acontecimientos, destacaría la habilidad de Henry Gee para explicar los procesos evolutivos desde una perspectiva lógica. He disfrutado como una enana descubriendo nuevas formas de ver cosas que ya había estudiado, y estoy segura de que el lector que no venga sabido, también lo apreciará. Por ejemplo, por qué el huevo es uno de los mejores diseños de la evolución —y si va antes que la gallina—, cómo se desarrolló la mandíbula y el surgimiento del vuelo. También hay mucho que ignoraba. El autor, como editor de una de las revistas de ciencia más prestigiosas del mundo, de esas que como te acepten un manuscrito brindas con champán, ha tenido acceso a los últimos y más sorprendentes descubrimientos. Algo que por supuesto he aprovechado configurando el cerebro en modo esponja absorbente.
En general, predomina la información sobre el reino animal, pero sin olvidar el mundo microscópico y las plantas. También se recrea más en los periodos de los que se disponen más datos y, por supuesto, la evolución humana cuenta con su propio apartado, «El planeta de los simios». ¿Cómo habrá sido convivir con humanos de diferentes especies? ¿Por qué se extinguieron otros simios que llegaron a adoptar la posición erguida? ¿Nos extinguiremos nosotros también? ¿Qué nuevas formas de vida surgirán con la evolución? En cualquier caso, ¡la maquinaria ya está en marcha!
Para una Tierra que parece ir a pulsos de electroencefalograma, la historia de la vida me provoca una montaña rusa de emociones, del desasosiego a la fascinación. En el último capítulo pensé seriamente en las consecuencias y se me subieron las tripas al cogote. Por si fuera poco, el libro cuenta con un epílogo en el que se reflexiona acerca de la llamada sexta gran extinción y el legado humano. Si antes no pude sacar el pañuelo por aguantar la respiración, con esto no me quedó más remedio. Y no solo porque se termina la lectura.
El libro de Una (muy) breve historia de la vida en la Tierra es un pavo real con la cola desplegada que se merece su oportunidad. La golosina de Charles Darwin, el azote de los negacionistas de la evolución. Un título que ha venido para quedarse.