Esta maldita pandemia ha estado a punto de privarme de un fantástico libro de cuentos. Incluso el propio autor casi lo consigue, cuando allá por los años 80 y tras haber dejado un par de muestras (ya entonces dijeron que deslumbrantes) del tono musical y emocionante de su prosa, de su peculiar mirada hacia el mundo, decidió, de repente, desaparecer y hacerse un Salinger, olvidarse de la literatura e irse al campo a cultivar mazorcas, pipas, cañas de azúcar, ¡qué sé yo!
Todo esto ocurrió unos cuantos años antes de que se publicaran finalmente estos fantásticos relatos y hoy, gracias al siempre incansable (y acertado) olfato que demuestra la editorial Sexto Piso para recuperar-¡y traducir con rigor!- textos contemporáneos de gran calidad que el tiempo-u otras cuestiones más mundanas y feúchas que se podrá usted imaginar-se empeñaron en dejar en el olvido, hoy, como le decía, usted y yo podemos disfrutar por fin en España, de esta maravilla titulada Una niña en camino.
Este libro de relatos es la tercera y, como le digo, la última obra publicada del brasileño Raduan Nassar, propietario de una voz narrativa especial por la que, a pesar de contar con una producción tan breve (sólo dos novelas y un libro de relatos publicados hasta la fecha), es considerado como un escritor imprescindible en la historia de la literatura brasileña actual y siempre aparecerá junto a nombres de la talla de Clarice Lispector, Jorge Amado o Rubem Fonseca, entre otros.
Una niña en camino es un libro tan breve (noventa páginas exactas) que usted tardará en leerlo lo mismo que tarda el español medio en hacer (y ponga usted aquí lo que quiera). Sus efectos, sin embargo, son tan intensos que seguirá leyéndolo en su cabeza mañana, pasado mañana, al otro y al otro también. El libro está compuesto por siete cuentos (dos de los cuales, “Crisantemos” y “El Viejo” fueron añadidos cuando se publicó la obra completa del autor, hace muy pocos años, y le aportan un enorme valor añadido a la edición original). Aunque prefiero no adelantar nunca el contenido de los relatos que suelo leer, hay veces que se debe hacer una excepción, pues existen relatos que, simplemente, justifican una compra (y hasta un par de copas de whisky después). En este caso, el primero de los cuentos y que, además, da título al libro es uno de esos relatos, uno que se quedará grabado en su cabeza bastante tiempo y que, a mí, a cinco o seis días vista, todavía me produce un bonito estupor y un “movimiento estomacal realmente descontrolado (m.e.r.d.)”.
En este primer formidable relato, Nassar nos muestra una ciudad, un barrio y, en concreto, unas calles y los personajes que pululan por ellas desde una perspectiva original y magistralmente utilizada: son los ojos de una niña muy pobre los que, mientras camina descalza por las callejas de la ciudad sin nombre, actúan para nosotros como catalizadores de unas realidades urbanas que sabemos reconoce bien pero que siempre preferimos olvidar. Se trata de la vida en su forma más salvaje y caótica, misteriosa, vibrante pero espantosa y cruel, de la injusta existencia de unos seres humanos con boca y ojos como nosotros. Hombres y mujeres en medio de un peligro de nuevo inminente. Cazadores que se vuelven cazados o viceversa. Lo mismo que nosotros.
Una vez que se reponga de este primer crochet, Nassar se sentará con usted en una mesa justo al fondo y, sobre una base musical de piano, suave y acompasadamente y durante el tiempo que dura un té (o una tila), le mostrará su particular visión del amor (y el desamor), le hablará de la importancia de la sencillez frente a la ostentación, o de la eterna lucha del bien frente al mal. Y verá usted cómo la soledad, la violencia, el misterio de la vida, el paso del tiempo o la injusticia se ponen sobre la mesa con palabras eficaces y exactas, con las frases melódicamente entrelazadas que suelen utilizar los que son maestros del arte de contar historias. Cuando termine de leer Una niña en camino, usted querrá pedir otra ronda porque se encontrará en posesión de la Verdad, sea ésta la que sea. Sin embargo, Nassar se habrá largado en la página noventa y uno dejando por allí cigarros sin terminar, misterios en el aire y aromas de flores carnívoras…usted ya me entiende.
En ese momento, lo único que debería hacer es buscarle insistentemente hasta dar de nuevo con él. Porque, por suerte, ambos sabemos que hay más Nassar todavía, aunque sea tan poco. Ojalá algún día Raduan Nassar deje la huerta o, por lo menos, nos quiera vender otras pocas manzanas más, con ese frescor suyo y esos gusanos pudriéndolo todo y bien adentro. Ojalá Raduan Nassar y Brasil vuelvan de nuevo y sean otros los que se retiren a la huerta. Ojalá muy pronto solo nos queden los vídeos de las lunáticas y totalitarias visiones de uno, o desaparezcan definitivamente las superficiales y falsas y ñoñas frases de ese otro, del impostor, que andan diseminadas por FB como si fuera un virus. Ojalá que, como dicen por allí, não há bem que sempre dure, nem mal que nunca se acabe. Ojalá. ¡Qué viva Brasil!