Siempre me han fascinado los autores que son capaces de transformar una vida aparentemente rutinaria en una historia interesante, que consiga engancharte y te invite a reflexionar sobre tu propia vida. Esta novela es uno de esos casos.
Nunca había leído a Anne Tyler, pero no me cabe ninguna duda de que es de esas escritoras que hacen magia con todo lo que narran. No sé qué esperaba de Una sala llena de corazones rotos. Quizás simplemente una historia de amor con la que fantasear en estos tiempos de pandemia, que nos están arrebatando hasta ese contacto tan íntimo y sincero que necesitamos para continuar: el amor en todas sus formas. Pero creo que esta novela ha sido mucho más que eso.
Cuando empiezas a leer, te das cuenta de que la vida de nuestro protagonista, un hombre de mediana edad que, aunque tiene pareja, vive solo y tiene su propio negocio como especialista de microinformática, podría ser bastante similar a la de cualquiera de nosotros. Micah es un hombre metódico, aparentemente solitario y muy poco sensible. Parece que se siente a gusto con su vida, siguiendo su rutina diaria y sin apenas establecer contacto con su familia y seres queridos. Pero todo cambia cuando Cassia, su pareja, parece perder su piso y se ve sin un lugar en el que vivir, y también cuando un universitario aparece en su casa afirmando que podía ser su hijo.
Es en este momento en el que los cimientos de la vida de Micah comienzan a resquebrajarse y empieza, en mi opinión, la “verdadera historia”. Y descubrimos realmente cómo es Micah, una persona en apariencia poco sensible y expresiva, que poco a poco se irá abriendo cada vez más, revelando los motivos por los que se muestra así ante la gente. Y te vas dando cuenta de que es una persona excesivamente tranquila y educada, que es capaz de escuchar a todo el mundo excepto a sí mismo. ¿Acaso no le ocurre esto a demasiadas personas? ¿O es la sociedad actual en la que vivimos, de manera tan acelerada y con tantas obligaciones diarias, nos aleja cada vez más de nuestra esencia y nos convierte en seres que solo tratan de cumplir tareas sin una meta en particular?
Creo que el ritmo pausado que marca Anne Tyler en esta novela es necesario para, como lector, llegar a plantearte todas estas cuestiones que os decía. Y también como contraposición a la “aceleración” en la que vivimos como sociedad. A veces, perdidos en la rutina del día a día, no nos paramos a pensar en por qué hacemos lo que hacemos o por qué contestamos como contestamos a nuestras parejas o familiares cuando nos enfadamos (por ejemplo, por un problema del trabajo). No nos damos cuenta de lo mucho que necesitamos la conexión con otras personas para continuar con esa rutina a la que, sin querer, nos agarramos como si fuera lo último que nos quedara. Y las descuidamos sin darnos cuenta.
Solo cuando perdemos aquello que realmente da sentido a nuestras vidas hacemos lo que sea por recuperarlo. Y, como el personaje de Micah, empezamos a valorar lo que tan solo dábamos por hecho que estaría ahí para siempre.
Y sí, podemos decir que esta novela habla de la más pura esencia del amor, pero también habla de la soledad, el perdón, las mentiras que nos contamos a nosotros mismos, las apariencias y la tristeza que nos sacude cuando creemos que estamos decepcionando a los demás y nos damos cuenta de que, en realidad, nos damos cuenta de que estamos defraudándonos a nosotros mismos. Una sala de corazones rotos es una llamada al cuidado de nuestras relaciones más íntimas y una invitación a perdonarnos a nosotros mismos por nuestros errores. Como escribió Julio Rodríguez en un poema: “A fin de cuentas, vivir es perdonarse la vida cada día.”
Estuvo muy bonito el cuento