¿Hasta qué punto se eligen los libros, o son los libros los que eligen a sus lectores? Desde el momento en el que topé con Una separación, de Katie Kitamura, me vi arrastrado a leerlo. No tenía casi ninguna referencia: una portada peculiar, un resumen de no más de veinte líneas, un espacio en un catálogo que admiro. Ni siquiera conocía a la autora.
Algunos descubrimientos posteriores, como que había sido comparado con A contraluz, de Rachel Cusk, uno de mis libros favoritos de los últimos años, vinieron a reafirmar esa sensación de que estábamos hechos el uno para el otro; además, sus primeras ejercieron de imán, con ese magnetismo que solo tiene lo personal, lo que uno siente que ha sido creado en exclusiva para sus ojos, y también contribuyeron al vínculo. Quizá sea algo compartido por bastantes de los que se acerquen al libro, sobre todo quienes pasen de los treinta y algunos y hayan tenido relaciones largas, porque las reflexiones que va acomodando en el texto describen a la perfección diversos estadios que solo se alcanzan entre las parejas que lo son durante bastante tiempo.
La protagonista, a la que nunca se da un nombre concreto, lleva varios meses separada. Al menos de palabra. No comparte la casa conyugal, no ve a su marido ni tiene contacto con él, pero casi nadie más lo sabe, porque han llegado al acuerdo de no revelarlo de momento. Sin embargo, un hecho inesperado viene a romper el statu quo: Christopher, el marido, desaparece durante un viaje a Grecia. Por supuesto, no es ella quien se da cuenta, sino su suegra, extrañada por la falta de respuesta de su hijo a sus mensajes. Y sin embargo, es a su esposa, incapaz de reconocer ante el mundo la verdad sobre su situación personal, a la que le corresponde viajar al sur del Peloponeso para tratar de averiguar qué ha ocurrido con Christopher. Y de paso, se propone durante el trayecto, para comunicarle oficialmente su divorcio.
Conforme pasaron los capítulos, el hechizo que me atraía irremediablemente hacia Una separación terminó deshaciéndose. Casi diría que, al igual que ocurre en el matrimonio que protagoniza la trama, una presente y el otro ausente, el odio se instaló entre nosotros. Katie Kitamura se demora en los detalles, y en ocasiones contagia el hastío que parece mover a la narradora. El entorno, un paraje perdido, un aburrido retiro de vacaciones fuera de temporada calcinado por los incendios del verano anterior, resulta tan asfixiante como la propia historia. Los días pasan sin noticias de Christopher y en su lugar lo que tenemos es un thriller psicológico que se desarrolla con morosidad en el que van cobrando protagonismo los empleados del hotel, las últimas personas en tener contacto con él. Mientras la narradora descubre lo que ha podido ocurrir, va desgranando una retahíla de revelaciones y reproches que terminan de definir al desaparecido, plenos de reflexiones sobre la infidelidad, la mentira aceptada dentro del matrimonio y la desdicha. Los mejores momentos, sin embargo, los aporta Kitamura cuando su personaje sale de su ensimismamiento y se relaciona con el entorno, una pareja joven, una anciana plañidera, el taxista que la lleva y la trae.
Una separación es un libro amargo, duro, correoso, que nos recuerda que lo peor de nosotros mismos puede aflorar precisamente como reacción frente a quien en otro tiempo ha representado lo mejor, y que no hay inquina más salvaje que la que se tiene contra quienes más hemos querido cuando de ese amor no queda nada, solamente sus restos carbonizados. Nos planta frente a un espejo en el que normalmente no queremos mirarnos, el que nos devuelve nuestras relaciones pasadas, fallidas, el que nos lleva a admitir los errores que una vez cometimos en nombre del amor. Un flagelo que algunos pueden considerar magistral, pero que sin duda también se atraganta y termina dejando con un nudo en el estómago.
Prefiero no pensar qué me estaría queriendo quería decir el destino cuando me lo puso delante de las narices…
Una separación, de Katie Kitamura
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