Hace un tiempo me pasaba por aquí para hablaros de un libro llamado El dios ciego, tercera parte de la saga escrita por Javier Sagastiberri. Mis compañeros ya os hablaron en su día sobre la primera y la segunda parte y esto no podía quedarse así. Por eso hoy estoy aquí, para contaros que me he leído la entrega final y deciros que me he quedado encantada.
No sé qué me esperaba cuando empecé a leer Una tumba sin nombre. Quizás una historia de asesinatos que me enganchara y una solución para la situación en la que las dos protagonistas se habían quedado en la tercera parte. Pero he encontrado mucho más que eso, ya lo creo que sí.
El lector que haya llegado hasta aquí sabrá que las ertzainas Arantza Rentería e Itziar Elcoro no lo pasaron nada bien en la anterior entrega. Tanto es así que, a estas alturas, no tenemos ni idea del paradero de Arantza. Piensa que ha sido su culpa que dos de sus compañeros ahora estén muertos y eso es algo que pesa demasiado en su conciencia. Itziar, por su parte, acabará en una pequeña tierra llamada El Goierri para resolver un asesinato: un hombre ha aparecido muerto y las pistas son muy confusas. Pronto se dará cuenta de que se trata del líder de una comunidad anarquista que mucho tiene que ver con las protestas del 15-M.
Pero la cosa no se queda ahí. Itziar también descubrirá una cosa todavía más interesante, y es que el pasado de Arantza tuvo lugar precisamente allí, en esas tierras guipuzcoanas, por lo que empezará a investigar sobre el pasado de su compañera para desenterrar cierta información que la llevará a entender por qué actúa de la manera en que lo hace.
Lo primero que llama la atención de este libro es la forma en la que está narrado. Son muchas voces las que nos van a contar esta historia, y es que no solamente Itziar y Arantza nos van a narrar los hechos, sino que también habrá otros personajes que nos vayan contando cosas muy interesantes, sobre todo referentes al pasado de la ertzaina desaparecida. Esta forma de narrar la historia hace que el lector se enganche todavía más, porque tendrá la necesidad de que los capítulos pasen para llegar al que de verdad le interesa. En mi caso, ha sido ese pasado de Arantza lo que me ha tenido en vilo, creo que porque no me lo esperaba en absoluto. Ya sabía que la mujer tenía un carácter especial (eso intuí en el tercer libro), pero no entendía muy bien por qué era así, por qué se comportaba de esa manera tan rara. Hasta hoy. Ahora ya lo comprendo todo. Y este cierre, este dar al lector una historia donde es más importante la ertzaina que el asesinato, me ha parecido magistral.
No quiero decir con esto que la historia del asesinato no me haya interesado. En absoluto. El asesinato es intrigante, sobre todo por el ambiente que lo rodea. Al encontrarnos dentro de esa comunidad anarquista, donde sus miembros son tan especiales y tan… carismáticos, podríamos decir, el lector enseguida se mete en la investigación y quiere acompañar a Itziar para resolver el crimen cuanto antes. Pero sí es cierto que el asesinato se queda en un segundo plano cuando empezamos a descubrir las piezas de ese puzle que es la vida de Arantza. Y pierde interés porque, si el lector ya conoce a la ertzaina de antes, es posible que le haya generado curiosidad o que incluso haya empatizado con ella y quiera saber más sobre su vida. Y esto choca mucho con las tres entregas anteriores, donde el crimen era lo más importante y el desenredo de la madeja que eran las investigaciones era lo que hacía que el lector se enganchara.
Tengo que decir que ha habido momentos bastante fuertes en este libro, y me parece que Javier Sagastiberri los ha narrado de una forma perfecta. Me gusta que no se haya regocijado en los asuntos morbosos que tiene este libro, cosa que podría haber hecho perfectamente con la intención de darle carnaza al lector ávido de escenas macabras. Pero aun así hay ciertas escenas que se graban en la retina, aunque no se estén viendo. Y eso que, como digo, el autor no se ensaña demasiado en contarlas. Y menos mal, porque sucede una serie de cosas —aquí abro expectación— que… madre mía.
Cuestiones que enganchan aparte, os diré que si no habéis leído las entregas anteriores, creo que podréis leer este libro perfectamente de forma individual. Al principio se habla un poco sobre lo que pasó en la anterior novela, cuando nos menciona a la banda de irlandeses, pero lo cierto es que no es demasiado relevante para lo que pasa a continuación. Lo único que nos interesa es que, por algo que pasó en el otro libro, Arantza decide huir. Con esta premisa, el lector que no conoce a las ertzainas pronto le cogerá el hilo a la historia y la comprenderá sin ningún problema. Lo mismo pasaba con el tercer libro, y eso es algo que me gusta mucho, que el autor se haya preocupado por hacer una saga que también se puede leer de forma individual porque al principio de los libros nos pone en situación, ya no solo por si hay algún feligrés nuevo que se ha adentrado en esta aventura, sino también para recordar al lector despistado dónde se quedó todo en la anterior entrega. Cosa que mi mala memoria y yo agradecemos infinitamente.
Como conclusión, Una tumba sin nombre me parece un final perfecto para esta saga (qué final, de verdad, en el último capítulo casi se me sale el corazón). Y esto me hace plantearme cuál será el siguiente misterio que nos ofrecerá Javier Sagastiberri. Esperaré con paciencia.
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