Una vida subterránea: diario 1991 – 1994, de Laura Freixas
Hay algo en mí un abismo entre, no sé, lo que pienso y lo que hago, la mente y el cuerpo, lo objetivo y lo subjetivo… Es como si mi cerebro estuviera desconectado de mi cuerpo. Así terminan las memorias de Laura Freixas en un ejercicio de análisis propio de los mejores escritores, de aquellos que aman la cultura, de aquellos que se enfrentan a ellos mismos y ponen en palabras los miedos, las ansias, la desesperación y la vida entera. Es ésta, quizás, una ventana abierta cuando las puertas de otras habitaciones se han cerrado para siempre, es, de nuevo quizás, una forma de expiación, de dejar volar lo que a veces el propio cuerpo quiere retener, quiere poseer a toda costa, sin dejar que aquellos anclajes del pasado desaparezcan. Quizá para eso sirva un diario, un libro de memorias, un libro de nuestras horas, de las de la autora, de lo que se vive y se deja vivir en un cajón de la mesilla de noche, cerrado con siete llaves, pendiente de que explote su interior y vuelvan con toda su fuerza los recuerdos que se convirtieron en herida cicatrizada. Un ejercicio de entrega, a la palabra, a sus propias palabras, que convierten las palabras en una especie de novela, aquel tipo de novelas que nos enfrentan a nosotros mismos, al camino que hemos decidido tomar, con nuestros aciertos y errores. Así trabaja la memoria, que junto con lo escrito, queda en un estado permanente, en una hoja arrugada por la tempestad de la vida, y que hoy podemos disfrutar todos nosotros, cuando Una vida subterránea haya llegado a nuestra realidad.
Desconozco la obra de Laura Freixas y puede que desconocerla me convierta en una persona que no conoce en realidad a la persona. Se suele decir que aquellos que escriben, insuflan a sus obras, a todo lo que hacen, parte de ellos mismos, su esencia, lo que viven y dejaron vivir mientras cerraban los ojos o se dedicaban a mirar para otro lado. Por eso, o quizá por mi afán de querer descubrir vidas nuevas, me hice con Una vida subterránea, para entender la vida a través de las palabras de una autora que no era alguien que me hubiera acompañado en mi vida como lector. Y es entonces, cuando uno se da cuenta del tiempo perdido, del tiempo que ha estado recorriendo otras lecturas menos recomendadas, cuando encuentra en este diario una fuerza sobrehumana, la debilidad que poseemos todos, las dudas, las vísceras que nos apremian a comernos la vida e incluso a dudar todavía más de ella. Siempre me ha parecido arriesgado enfrentarme a una vida escrita en papel. ¿Será entonces como meterme de lleno en la existencia privada de alguien? ¿Es un ejercicio de egocentrismo por mi parte creerme con el derecho de hurgar en su vida? Y a la vez, ¿por qué nos atraen tanto los diarios de autores que viven por y para la literatura?
Una de las características de Una vida subterránea, a pesar de no ser lo importante, es lo que aparece en su contraportada. Es curioso que en aquella generación a la que nos traslada este diario, los noventa, no existan demasiados testimonios femeninos de autoras que lo dieron todo por la literatura. Y así, como si recorriéramos un camino de migas de pan que nos llevan a no sabemos muy bien qué final, la autora nos expulsa sus vivencias, sus miedos, la vida misma encuadernada, llevada al tacto de un papel que al olerlo nos recuerda que lo que tenemos entre mano es una existencia, puede que una de muchas, pero con algo especial, con un detalle pequeño, aquellos que son los más importantes al fin y al cabo, y que intentamos descifrar con su lectura, con el análisis propio al que acompañamos a Laura Freixas, en una maratón de vivir, de sentir, de pensar en aquello que sucede, en aquello y aquellos que nos rodean, y que puede convertirse en tortura y bienestar en una misma imagen tomada con una cámara de las de la época. Siempre he pensado que escribir un diario es un ejercicio de valentía, de entregar a las letras el poder de hacer que nuestra vida permanezca y nunca se olvide. Por eso me siento, me invade el cosquilleo de internarme por los pasadizos secretos de ella, de una autora que era para mí desconocida, pero que ahora invierte los papeles, los destroza para hacerme ver que ella ha sido importante, lo ha sido, de verdad, mientras mis ojos van recorriendo su vida, como si fuera un museo en el que cada fotografía estuviera expuesta con sumo cuidado, atendiendo a los detalles, a la vida más certera y que es la que, en ocasiones, nos revela su infinita maldad de cualquier forma. Esto podía ser un diario más. Pero en realidad es el diario de, sin ánimo de ser dramático, toda una generación que creció al abrigo de las letras y de lo que ellas significaban.