¿Una espiral de amor? ¿Una espiral de diversión? ¿Espiral de fraternidad? ¿De solidaridad? No suena bien, ¿verdad? Lo que normalmente oímos después de la palabra espiral es violencia, horror, muerte, todas esas cosas, en suma, que nos amenizan y alegran la lectura y que tan bien se le dan a Junji Ito.
El ser humano se ha dedicado a garabatear espirales desde tiempo inmemorial, y se han encontrado objetos decorados con esa forma que datan del año 10.000 antes de Cristo. A lo largo de la historia se ha identificado la espiral como símbolo del sol, y dicho símbolo ha tomado formas como el triskel o la esvástica. Más recientemente, la espiral se ha asociado a los viajes psicodélicos, a la hipnosis y a la locura. Todos sabéis interpretar el significado de unos ojos con las pupilas en espiral, ¿verdad? Y, como de la locura al horror hay, como quien dice, un paso, entramos de lleno en territorio Junji Ito.
¿Os habéis preguntado alguna vez por qué el mundo está como está, por qué nos desayunamos todos los días con muerte y destrucción, por qué se cometen las atrocidades que vemos en las noticias? No hagáis caso a sociólogos, psicólogos o expertos en política internacional. La respuesta es muy otra, y para hallarla sólo tenéis que mirar a vuestro alrededor: las espirales. Están encima de nosotros, entre nosotros, dentro mismo de nosotros.
En la ciudad de Kurouzu, empiezan a producirse, como dice el cliché, una serie de extraños acontecimientos. Nos cuenta Kirie, la narradora, cómo el padre de su novio ha dejado de ser él mismo, poseído como está por la obsesión con las espirales. Una vez la obsesión ya lo domina por completo, son las propias espirales las que empiezan a adueñarse del señor, que terminará sus días convertido en una espeluznante rosca.
Si la esfera protege, el ángulo penetra, los fractales colonizan y el hexágono pavimenta, como nos dicen los expertos acerca del papel de las formas en la naturaleza, ¿qué hace la espiral? Si estuviéramos en el reino de lo natural, la respuesta sería muy sencilla: empaquetar. La espiral crece ocupando poco espacio. Pero en el reino de Junji Ito lo natural siempre se queda corto, y por ello vemos que las víctimas de las uzumaki (gracias por el idioma japonés; tanta espiral ya empezaba a cansar), lejos de ser protegidos, son más bien penetrados, colonizados, pavimentados y hasta empaquetados. Y si esto os suena prosaico, os aseguro que las ilustraciones del maestro del horror son escalofriantes.
Uzumaki se inscribe en esa variante del género del terror tan japonesa que nos ha regalado obras como Ringu o Marebito, en las que el horror nace de la obsesión y se perpetúa en ésta, creando así una esp… perdón, una uzumaki de horror como las que mencionábamos al principio. Hay que decir, no obstante, que este clásico del terror japonés, que, como las mencionadas más arriba, fue llevado a las pantallas, está empapado de sentido del humor. Este lector, por ejemplo, no tiene la sensación de que Ito se compadezca especialmente del inhumano destino de la mayoría de sus personajes, sino, más bien, se lleva la impresión de que los sacrifica en aras de este gran desmadre de cuchilladas, cuerpos descoyuntados y escalofriantes metamorfosis. Y ese tono de irreverencia consigo mismo nos queda aún más claro en el divertido epílogo, en el que el autor nos habla del origen de la obra y de su obsesión personal con las uzumaki.
Así que si no sabéis qué relación puede tener el horror con los caracoles, los torbellinos, el agua de la bañera, la cóclea y los cordones umbilicales, con Uzumaki lo pasaréis de miedo mientras lo descubrís.
Esta historia es muy buena, el miedo y horror que muestra en las ilustraciones va en consonancia con las palabras que las acompañan. Muy buena