Hay algo mágico en los viajes. Lo preparamos todo con esmero e ilusión, sin perder de vista la meta que queremos alcanzar. Vamos a pasar unos días estupendos y seguro que llevamos mucho tiempo pensando en ello. Sin embargo, a veces tenemos que detenernos un poco para darnos cuenta de que lo importante en sí no ha sido el destino, sino el recorrido que hemos hecho. Creo que esto podría definir a la perfección la novela de la que vengo a hablaros hoy.
En cuestión, se trata de Vacas, escrita por José Bocanegra. No sé por qué en el momento en el que vi el título y la portada ya me imaginé que viajaríamos al norte de España, en concreto a mi tierra: Cantabria. Cuando empecé a leer me di cuenta de que no estaba equivocada, y eso me alegró muchísimo, porque me encanta ver el sitio en el que vivo desde los ojos de otra persona. Pero la cosa no queda ahí y es que el protagonista de la historia, Vincent, viajará también por Asturias y el País Vasco para practicar una de sus pasiones: el surf.
¿Qué le hace a un murciano como Vincent dejarlo todo para coger el coche y presentarse a cientos de kilómetros de distancia? Lo cierto es que aquí me gustaría ser objetiva, pero no puedo. Aunque soy madrileña, me he pasado todos los veranos en el norte con mi familia, hasta que a los dieciséis nos mudamos mi madre y yo definitivamente a esta preciosa tierra. Yo sé qué es lo que es perderse en una puesta de sol que se refleja en un acantilado; sé lo que es pasear por praderas verdes y por bosques frondosos, bañarme en ríos helados y bucear en playas desiertas. Sé lo que es estar enamorada del norte. Así que no me costó en absoluto creerme la historia de Vincent, que lo deja todo para emprender este viaje junto a su inseparable perra, Greta.
Sin embargo, a pesar de que esto es interesante, lo que más llama la atención de la trama es cómo Vincent se las apaña para poder vivir sin necesidad de alquilar una habitación o pedir noche en un hotel. El lector vera cómo este hombre —de espíritu un tanto nómada y libre— ofrece su ayuda a diferentes personas con las que se va encontrando a cambio de una cama o un plato de comida. Justo ahí, en ese intercambio, es donde viene lo interesante, porque es lo que nos dará la oportunidad de conocer a otros personajes que tienen mucho que contar. El lector quiere saber de la vida de Vincent, por supuesto, pero pronto descubrirá que las historias con las que se cruza el protagonista son igualmente interesantes; incluso más en algunos casos. Esto me ha recordado mucho a Hacia rutas salvajes: un protagonista peculiar, una meta (que al final se convierte en otra), un camino y muchos personajes que se entrecruzan en la historia como si fuera el destino el que quiso intervenir. Y qué queréis que os diga, esa es una de mis películas favoritas, así que he estado encantada de poder conocer a Vincent. ¡Y a Greta!
Pero ahora, con vuestro permiso, me gustaría analizar la narración, porque si ha merecido la pena centrarnos en la trama, este punto es todavía más jugoso. Lo primero que llama la atención es la breve extensión de la novela. Tenemos ante nosotros una novelita corta, de unas ciento cincuenta páginas, que se lee casi del tirón. Y una vez que la abrimos comprobaremos que en poco o en nada se parece a nada que hayamos leído anteriormente. Bueno, quizás si el lector es fan de Kerouac, por ejemplo, puede que note algo familiar. El caso es que el autor se decanta por darnos una novela de capítulos muy cortos compuestos por frases más cortas todavía. Estas frases se van sucediendo unas a otras dándole a la novela un ritmo extraño. Y me gusta utilizar aquí este adjetivo, extraño, porque no es un registro que los autores acostumbren a usar. Lo normal es que un autor juegue con el ritmo de sus frases, una más corta por aquí, una más larga por allá, alternando subordinadas con yuxtapuestas y tratando de que el texto tenga agilidad. Pues bien, José Bocanegra se olvida de todo esto y nos da —a propósito, por supuesto— un ritmo especial y extraño usando una concatenación de frases cortas y muy cortas en las que destaca el uso de onomatopeyas. ¿Subordinadas? ¿Qué es eso?
Y podréis preguntaros a estas alturas si eso es un acierto o no y la verdad es que aquí va a depender del lector. El autor hace un buen trabajo desarrollando este tipo de narración —y aquí hay que mencionar también que se atreve a utilizar la primera, la segunda y la tercera persona en un mismo libro— y eso hace que quede en manos del lector el que le guste o no. Con esto quiero decir que Vacas, a pesar de su trama atrayente, quizás no esté hecha para todos los lectores, ya que no es una novela al uso. Igual que su protagonista, el lector deberá tener la mente abierta y ganas de disfrutar para poder apreciar lo que estas palabras esconden. Supongo que esta es una forma de demostrar que a veces el trayecto merece más la pena que el propio destino.