“Verano de miedo”, de Carlos Molinero
Dos días. Menos. Algo menos de dos tardes, en realidad. Eso es lo que me ha costado leer este Verano de miedo, flamante ganador del Premio Minotauro de este año. Así de enganchado me ha tenido. Y me habría costado menos si hubiera tenido más tiempo libre, que conste, pero la vida es así…
Verano de miedo es un libro de… vampiros. “Hala, venga, otro de vampiros. Y cuando no son vampiros son zombis” dirá alguno. Pues sí, pero es que cuando me enteré de que una novela de vampiros había ganado el Minotauro, y tras leer la sinopsis, no pude dejar de jurar por la Sagrada Cofradía de la Sangre Negra que tenía que leerlo cuanto antes. Y así ha sido. Pero, cuidado, que Verano de miedo no es solo un libro más de vampiros. Tiene una atmósfera especial. A mí me ha recordado a las pelis que veíamos de niños. Me ha producido una sensación de nostalgia de un tiempo de adolescencia de cuando vimos Los Goonies, E.T., Jóvenes ocultos, Noche de miedo… cintas en las que los protagonistas eran una cuadrilla de chavales unidos para conseguir algo o acabar con alguien… ¿Quién no ha llevado alguna vez una mochila con estacas a una acampada? Si a eso le unimos un poquito de El misterio de Salem’s Lot (sobre todo de la escena de la ventana, que creo que es lo más terrorífico de la teleserie basada en el libro de King) ¿y otro poquito, pero muy poquito de Zombis nazis? (que no sé, que igual esta última referencia solo asalta mi subconsciente de serie b –y solo vi un poco de esa peli–…) resulta un coctel cojonudo.
Pero además, si algo me ha gustado muchísimo ha sido la estructura del libro. Una estructura que agiliza la lectura, le imprime velocidad y buen ritmo y la hace muy atractiva. Y también que es un claro homenaje a Drácula, el libro de libros de vampiros por excelencia. Si Drácula es una novela compuesta de diarios, cartas, telegramas, noticias de prensa… Verano de miedo imita su estructura actualizándola a nuestros tiempos: posts y comentarios en blogs, chats, sms, faxes, programas de radio y televisión, mails, programas de fiesta y hasta manuales de instrucciones y recetas de cocina…
La historia tiene, por otra parte, el aliciente de estar contada con un lenguaje de la calle, accesible y localizada en España porque sí, copón, en España haberlos también haylos.
Desde el principio conectas con Juan, nuestro prota de 17 años, con su sentimiento de frustración por tener que pasar todo el verano en casa de su abuela en un pueblo, en donde no hay Internet ni PS2 y solo tiene como alternativa estudiar para la que le ha quedado para septiembre (Biología) o irse al ciber. (Sí, la novela transcurre en 2000, –cuando aún había cibers– no entiendo muy bien porqué ya que redes sociales como facebook o twitter o la mensajería gratis de doble check azul le habrían dado mucho juego al autor). Entiendes a Juan, lo que le ocurre, lo que siente, y te gusta la forma en la que se expresa y sus comparaciones e incluso a veces su humor (me hizo mucha gracia una salida suya diciendo que creía que en el ataud no habría cobertura, y tranquis, que no hago espoilers) y sus retos: dejar de ser virgen antes de los 18 o en el peor de los casos antes de que acabe el siglo XX.
No contaré de qué va la trama, eso lo podéis encontrar en google, y además la trama es lo de menos y es lo de siempre: acabar con el malo. En este caso, en mi opinión, importa más la forma de contar que lo que se cuenta (que es muy entretenido, que conste, y prueba de ello es que lo devoré en dos bocados).
Pegas: es entretenido, mucho, pero… ¿tanto como para merecer el Minotauro? Sinceramente, y sin menospreciar para nada la obra, no. Es original en su desarrollo (si obviamos a Drácula), los personajes están bien construidos y los diálogos son verosímiles pero la historia es algo típica… No sé, no lo veo para premio; genera demasiadas expectativas…
¡¡¡Y además no hay sexo!!!
No obstante se pasa un rato buenísimo leyéndolo, y el final, con los comentarios en el blog me ha dejado una sonrisa en la boca, que es algo que no sucede muy a menudo.
¿Lo recomendaría? Sin dudarlo.