Reseña del libro “Verano del 99”, de Yolanda Camacho
Los veranos de la adolescencia se dividían en dos tipos: aquellos en los que te aburrías como una ostra porque te obligaban a ir a algún sitio que no te interesaba en absoluto y aquellos que disfrutabas a tope rodeado de amigos, experimentando por primera vez un montón de cosas y creyendo que nada volvería a ser igual después de esos meses. Al comienzo de Verano del 99, de Yolanda Camacho, Leo, el protagonista, piensa que va a sufrir uno de esos veranos aburridísimos, pero acaba siendo todo lo contrario.
Leo es un adolescente gótico y gay. Y, como estamos en los años noventa, esas dos características lo convierten en un bicho raro. Sonia, su amiga de toda la vida, lo invita a pasar unas semanas en su pueblo, Cap de Sal. Aunque Leo la aprecia mucho y, por tanto, no puede negarse, es consciente de que, con el paso de los años, sus gustos han tomado caminos opuestos y, lo más seguro, se sienta fatal tratando de integrarse con su grupo de amigos. Pero entonces Sonia le habla de un pub que acaban de abrir, al que va gente que viste como él y donde ponen música de su estilo. Y ahí Leo sí encuentra un lugar en el que ser él mismo y dejarse llevar, sobre todo cuando conoce a Sebastian, el atractivo camarero del que todo el mundo habla. Tan atractivo que no parece un simple mortal.
¿Cómo prestar atención a las noticias, que comentan que Marina, una joven de esa zona, ha desaparecido, cuando uno está emborrachándose, haciendo amigos nuevos y bailando al ritmo de sus canciones favoritas? ¿Cómo plantearse siquiera que la desaparición de esa chica tenga que ver con ese pub que tanto lo fascina?
En Verano del 99, Yolanda Camacho consigue que nos identifiquemos tanto con el Leo del principio, que se siente fuera de lugar solo porque aún no ha conocido a las personas con las que encajar, pero también con el Leo de después, que, por más señales que vea, está tan a gusto que se resiste a creer que los sucesos horribles se puedan escapar de las pelis de serie B y ocurran en la vida real, le ocurran a él, que se considera mucho más listo que el resto. Y es ese tono lo que hace que Verano del 99 gane muchos puntos: a pesar de que pasen cosas que se catalogan de fantasía, se enfocan desde una mentalidad realista —la que tendríamos cualquiera de nosotros en una situación así, sobre todo a esa edad—, lo que le da un toque más creíble y, por tanto, inquietante. Y también me ha encantado como la desaparición se deja pretendidamente en segundo plano, como si todos fueran incapaces de ver el elefante en la habitación. Y, aun así, la intriga de qué ha pasado con Marina se mantiene en cada capítulo.
Marina también sirve para hacer una crítica a los medios de comunicación, tanto por su forma de tratar el tema de las desapariciones como por su estigmatización de los góticos. De hecho, Yolanda Camacho intercala fragmentos reales de algunos programas televisivos de la época para dejar en evidencia su frivolidad o su desinformación.
En definitiva, Verano del 99 me ha parecido una lectura muy fresca y, a la vez, con poso. A los lectores adolescentes o a los adultos que no se hayan olvidado de lo que era ser adolescente no les costará entender a Leo, aunque todas las señales de peligro destellen a su alrededor, y vivir ese verano inolvidable con tanta intensidad como él.