«Hay muchas cosas bonitas / más cerca de lo que crees, / y este poema te invita / a que las intentes ver». Volvámonos niños, aunque sea solo por un rato. No tengo hijos todavía pero cuando divago sobre ello no sé decirme nunca si leer un cuento a mi hijo o hija será una diversión mayor para él o ella o para mí. Esto lo pienso sobre todo en momentos como el de hace poco rato, cuando tenía este Versos de la Tierra entre manos, publicado por SM Ediciones, y me sentía como un bebé hojeando el libro del salón de su casa y que mide casi como él o Alonso Quijano con el Amadís de Gaula y esas ediciones gigantescas antiguas entre manos. Versos de la Tierra es un libro de más de 30 centímetros de largo, os podéis imaginar, ha sido como bañarme en uno de esos antiguos atlas que siempre estaban en nuestras casas y que ahora formar parte del mundo googleiano.
Escrito por Javier Ruiz Taboada e ilustrado por Miren Asiain, Versos de la Tierra busca informar a los niños acerca de todo lo que pueden llegar a ver a su alrededor si se atreven a mirar. Se nos habla de la Tierra, de los continentes, de los países, los ríos, las montañas, los planetas, los astros, los animales, etc. Todo a través de una poesía cargada de ritmo y sonoridad que pide a los padres ser leída a los hijos. Este narrador que parece que nos conozca y nos imparta una clase – muy amena – de vida, parece también pedir a los padres que hagan lo mismo que él está haciendo – tomando como pauta que el narrador es Taboada –: es decir, que lean esto a sus hijos tal y como él está haciendo. En definitiva, que corra el conocimiento.
Me ha gustado personalmente que se haga hincapié en el cuidado y el buen mantenimiento del planeta y todo aquello que este contiene, ya que en un principio puede parecer que los poemas – eso sí, con mucha soltura y gracia – presenten un mundo ideal e inacabable. El mundo es finito, eso debemos tener claro, y cuanto antes nos lo digan mejor. Y es que ahí está la clave, que nos digan las cosas. El conocimiento no es más que un río y nosotros somos piedras las cuales nos vamos mojando con su agua. Nos modifica, nos mueve, pero en definitiva, nos baña, nos empapa. Salpiquémonos de esa agua entre nosotros, que no cuesta nada.
Solo marcaría un punto en el libro que no me ha reconfortado especialmente y es el momento en que se le dice al niño o niña en cuestión que para saber más sobre la gravedad y las mareas le pregunté a papá. ¿Solo a papá? Creo que esas convenciones se han agotado hace tiempo, o debería, porque es cierto que todavía seguimos celebrando el Día de las Escritoras. ¿Hace falta? Ojo, no estoy tildando con esto al autor de machismo, para nada; si no dar un ejemplo de lo corrompido que está nuestro lenguaje y que, en casos como este en los que el público está empezando a construir su mentalidad, se debe tener muy en cuenta.
Dejando esto de lado – aunque me cuesta evitar el miedo de que cualquier pequeño empiece desde la infancia a pensar que las dudas relacionadas con el pensamiento deben trasladarse expresa y principalmente al padre –, debo reconocer que he disfrutado teniendo este objeto entre las manos. Porque más que un libro es una experiencia material, te invita a adentrarte en él sin dejar espacio a tu vista para distraerte más allá que en sus páginas. Y te adentras, leyendo a modo casi de canción, una poesía que desprende olor, sonido y sabor a Naturaleza, a Tierra.