Las relaciones familiares son complicadas, y con la familia política mucho más. Quizá por eso se le atribuye una fama tan terrible a las suegras. ¿Qué hacer cuando nuestra madre y nuestra pareja se caen mal? ¿Cómo sacar la cara por uno sin ofender al otro? ¿Acaso es posible mantenerse al margen? Y lo que aún es peor: ¿y si somos nosotros los que nos llevamos regular con nuestra madre, pero nuestra pareja se lleva a las mil maravillas con ella? Esta es la encrucijada que Yukio Mishima nos propone en Vestidos de noche.
La suegra en cuestión es la señora Takigawa, viuda de un diplomático japonés y aficionada a las fiestas de la alta sociedad. En el club de hípica donde sus exhibiciones a caballo causan sensación, la señora Takigawa se prenda de una de las azafatas, una jovencita encantadora llamada Ayako Inagaki, y desde el primer minuto se empeña en que se case con Toshio, su único hijo. La mujer se las ingenia para que él y Ayako se conozcan, y ambos quedan encantados. Toshio es atractivo y cultivado y sus influencias políticas y comerciales ofrecen una oportunidad de oro para que el padre de Ayako fortalezca su posición empresarial dentro del mundo farmacéutico, así que los Inagaki también se muestran deseosos de que esa bonita pareja llegue a buen puerto.
A Ayako todo le parece tan perfecto que hasta le asusta. ¿Dónde está el truco?, se pregunta. Y pronto hallará la respuesta, en cuanto la tensa relación entre su amorosa suegra y su adorable marido la pongan entre la espada y la pared y no sepa cómo contentar a ambos. ¿Acaso su suegra malmete para que la pareja tenga discusiones? ¿O es Toshio el que le oculta cosas?
Mishima plantea este dilema con el que aún hoy es fácil empatizar, a pesar de que la novela fue escrita hace sesenta años. Quien más quien menos se ha encontrado alguna vez en medio de dos seres queridos, sin saber a quién creer o cómo reaccionar para no empeorar las cosas. Pero Vestidos de noche no se queda en el conflicto familiar ni mucho menos, pues lo que realmente refleja es la hipocresía de la alta sociedad japonesa de los años sesenta, que vivía cara a la galería, emulaba las costumbres occidentales, alejándose de las tradiciones niponas, y en la que la mayoría de sus miembros disfrutaban del dinero heredado, sin plantearse si eran merecedores de tantos privilegios.
El triángulo formado por la señora Takigawa, Toshio y Ayako atrapa desde el primer momento. Los encuentros y desencuentros entre los tres personajes, sobre todo los dos femeninos, son los que nos hacen pasar página tras página. Nos metemos tanto en este duelo familiar que hasta sufrimos porque una decisión tan banal como ponerse o no un vestido de noche pueda suponer un drama trascendental en sus vidas, con fatídicas consecuencias. Pero es la sátira irreverente de Mishima la que va calando poco a poco. Y es que todo aquello que criticó el escritor japonés en esta novela (y en el resto de sus obras) sigue en plena vigencia, tanto en la sociedad oriental como en la occidental. Después de leer a Yukio Mishima, los vestidos de noche no se vuelven a ver con los mismos ojos.