Vi a un hombre, de Owen Sheers
Hay libros que nacen de personajes. Un secreto: éstos suelen ser los mejores. Podemos olvidarnos de los detalles de la trama, incluso de las vueltas y revueltas, de las sorpresas, pero no nos olvidaremos de los personajes. Luego hay otros libros que se escriben porque alguien soñó algo y se le adhirió, de tal forma que sólo al escribir sobre ello e imaginar el resto pudo librarse. Los hay, los habrá, que son extensiones de un título muy ocurrente. Otros son producto de una serie de peripecias, de sorpresas, de hechos dignos de ser contados y que se hilvanan en una historia. Y por fin, hay novelas -y es el caso de Vi a un hombre– que se basan, clarísimamente, en una idea. Son novelas peligrosas, difíciles de manejar, porque su fuerza radica en la idea y, si ésta no tiene la suficiente ídem -o si la fabulación edificada para contarla flaquea o sencillamente es inexistente-, la novela fracasa.
En Vi a un hombre, esa idea es la siguiente: ¿qué hace un hombre que ha contado una mentira y se ve atrapado por ella? Y ése es el tema de la novela. No se debe revelar -la solapa del libro guarda el secreto- más sobre ello que lo estrictamente necesario. Pero se puede decir que ése es el eje de la novela de Owen Sheers: alguien cuenta una mentira que tiene un efecto en su propia vida y en la de aquellos que lo rodean. ¿Qué hace? ¿Y si hay más mentiras alrededor, imbricadas con aquélla?
Se ve claramente, como decía más atrás, que Vi a un hombre tiene su inspiración en la tesis de Owen Sheers, su autor, sobre cómo nos conducimos en un brete así. Temas secundarios de la novela son la desgracia como acicate del cambio, la capacidad del ser humano para reinventarse -o su incapacidad para hacerlo y sus consecuencias-, la necesidad de saber pese a que lo que sepamos sea sal en nuestra herida, y la necesidad de contar historias pese a que no sirva para nada práctico y quizá hasta nos desgracie o nos complique aún más la existencia.
Vi a un hombre no es un thriller, aunque utiliza triquiñuelas propias del thriller (y será casualidad o no, pero ha no mucho que he leído novelas que usan justamente las mismas añagazas), pero carece de su ritmo, de su pulso, de sus objetivos y, sobre todo, carece de sus componentes argumentales. Es una novela de ritmo pausado -muy pausado en los compases iniciales, a medida que Sheers nos va presentando a los personajes- y algo discursivo, precisamente por su carácter de novela-idea. El autor insiste mucho en los temas que trata e insiste muchísimo en las ideas que quiere hacer llegar al lector, de modo que los repite de distintas formas y con distintas palabras y en contextos levemente distintos. La repetición, sin embargo, no resulta molesta, aunque justo es decir que tampoco añade nada decisivo a la historia ni a nuestro conocimiento cabal de la misma.
Owen Sheers es mejor descriptor que narrador. Lo que mejor se le da es describir estados de ánimo perturbados, azorados por un dilema de gran peso con potencial para cambiar varias vidas. Al ser la descripción una técnica estática, la novela se remansa con frecuencia, pero ya digo que son descripciones muy bien hechas. En realidad, son lo mejor de la novela: la oportunidad que nos brindan para profundizar en cuestiones universales, en piedras en las que todos tropezamos o tropezaremos, resulta interesante y ofrece muchas posibilidades de reflexión.
También se toma su tiempo en describir a los personajes, y sin embargo no acierta en su retrato, quizá porque la mejor forma de describir a un personaje es ponerlo en acción, dejarle actuar, dejar que se relacione, que hable, que se muestre, en lugar de ser mostrado. Por eso, en Vi a un hombre, los personajes son algo fantasmagóricos, de contornos poco definidos, quizá porque Sheers tiene como objetivo, ya lo decíamos, forjar bien su mensaje y no tanto contar una historia sobre personas de carne y hueso. Resulta difícil, si no imposible, sentir empatía ni compasión algunas por el protagonista, Michael, cuya mujer ha muerto, ni tampoco visualizarla a ella, ni a los Nelson, coprotagonistas de la novela y vecinos de Michael. Tampoco acaba de funcionar la subtrama que implica a otro personaje, Daniel, una parte de la novela claramente prescindible y poco interesante.
Vi a un hombre es, en resumen, una interesante reflexión sobre un tema tan viejo como la humanidad, ambientado en el Londres actual, que, a pesar de no ser una novela redonda, se lee con agrado.