Salvo en la publicidad y en las películas de Disney, nada suele ser blanco o negro. Todos los periódicos históricos tienen sus manchas, puntos negros que no sólo no deben quedar en el olvido, sino que merece la pena que se recuerden con cierta frecuencia para que no se vuelvan a producir. Y los crímenes que se cometieron entre el 10 y el 12 de enero de 1933 en Casas Viejas, una diminuta localidad gaditana, fueron tan cruentos, injustos y desproporcionados que difícilmente podrían ser justificados, ni siquiera por los más defensores de la Segunda República.
¿Y qué ocurrió en Casas Viejas? Pues a grandes rasgos, que un grupo de vecinos, hartos de pasar hambre y de contemplar las tierras sin labrar que les rodeaban, decidieron proclamar el comunismo libertario, de la misma manera que estaba ocurriendo en otros puntos del país. El gobierno republicano, presidido por Manuel Azaña y asfixiado por las continuas afrentas que recibía tanto desde la derecha monárquica como desde la izquierda anarcosindicalista, decidió sofocar esta insurrección de la manera más cruel e inhumana posible: mandando ejecutar a todo aquel sospechoso de traición. De esta manera, la rebelión fallida se saldó con 25 muertos: 22 civiles y tres guardias. El periodista Ramón J. Sender acudió a Casas Viejas en los días posteriores a los hechos para contar lo ocurrido a través de breves crónicas, que serían publicadas primero en el diario obrero La Libertad y posteriormente a modo de libro, bajo el título de Viaje a la aldea del crimen.
Son unas crónicas noveladas, en las que el autor actúa como narrador omnisciente y se permite ciertas licencias narrativas, como la exposición de los pensamientos de alguno de los protagonistas, que difícilmente pudo conocer al haber sido éstos asesinados. La prosa de Sender es llana, viva y expresiva; utiliza mucho las frases cortas y adjetiva con sencillez y precisión. Las crónicas son de escasa extensión, de apenas cuatro o cinco páginas casa una, pero Sender no busca la concisión en sus narraciones; el escritor y periodista se explaya en las descripciones de los lugares, ambientes y personas cuando lo cree necesario, al tiempo que introduce conversaciones y opiniones de los lugareños, transcritas fonéticamente, que ayudan a construir un rico reflejo de lo que vio y sintió en su visita a la pequeña pedanía de Medina Sidonia.
Son precisamente estos detalles, esas conversaciones con los lugareños, los que permiten comprender el marco de pobreza, miseria, analfabetismo y hambre en el que se produjeron los sucesos. Me dejó especialmente tocado la siguiente frase durante la lectura: “Un compañero, con el que celebramos haber coincidido en el viaje, nos dice cuando volvemos a la fonda: —Después de ver a estos hombres, da vergüenza comer”.
Sender no esconde su ideología para construir su relato. Al contrario: durante toda la narración da muestras de su progresismo, de sus fuertes principios de izquierdas, de su conciencia obrera. Ésto no evita que sea duro, durísimo, con el gobierno de Azaña, al que no sólo critica su reacción en Casas Viejas, sino que lo responsabiliza de no poner remedio a las graves desigualdades existentes en el país.
Lo ocurrido en Casas Viejas fue una respuesta desproporcionada, vengativa e insensible ante un levantamiento idealista y desesperado, impulsado por el hambre y por las ganas de formar parte de una sociedad más justa. Viaje a la aldea del crimen es, por tanto, un relato tan amargo como necesario para no olvidar una de las peores manchas de la historia reciente de España.