Viaje sentimental, de Laurence Sterne
Un divertido y galante sacerdote nos descubre una forma muy especial de viajar en el más moderno de los clásicos.
Un viejo dilema a la hora de escoger una nueva lectura: ¿una novedad o un clásico? Por una parte, la frescura y la innovación de un libro recién escrito, la actualidad del tema, el placer de descubrir un nuevo autor. Por otra, la garantía de un texto consagrado, la sensación de compartir una lectura con tantas generaciones anteriores.
“–Este asunto –dije– se resuelve mejor en Francia.”
Y siguiendo el consejo de Mr. Yorick, el pícaro protagonista y narrador de este libro, nos disponemos a acompañarle en su Viaje sentimental por Francia e Italia
Pero, antes de preparar las maletas, habría que aclarar qué es un viaje sentimental.
Un viaje sentimental es aquél en que los lugares visitados importan menos que sus gentes, una conversación con un desconocido deja una huella más perdurable que cualquier monumento y los planes y rutas sólo existen para saltárselos.
El viajero sentimental abandona su hogar por puro besoin de voyager, por el placer de viajar, no para hacer turismo, ni por necesidad. No lo hace persiguiendo ninguna clase de objetivo, ya sea ampliar sus horizontes o por sed de conocimientos, aunque puede que por azar llegue a alcanzarlo. “De hecho, mucho lamento y sufro al observar cuántos pasos errados da el viajero inquisitivo con tal de contemplar vistas y observar descubrimientos; y todo ello, como dijo Sancho Panza a don Quijote, habiendo podido contemplarlo y observarlo sin moverse de casa.”
Concluyamos, por tanto, que si el viaje sentimental es un acto más emocional que intelectual, podemos poner en nuestro equipaje cualquier cosa menos una guía de viajes o un mapa.
Así que Mr. Yorick, como el viajero sentimental que es, se dispone a cruzar el Canal rumbo a Francia sin otra intención que llegar adonde le lleven sus pies, entablar conversación con cuantas personas se crucen por su camino, disfrutar de cada momento y recoger sus impresiones, sus emociones y sus pensamientos en una especie de diario.
“No obstante, las tentaciones (pues escribo no para disculparme por las flaquezas de mi corazón en este viaje, sino para dar cuenta de ellas) serán descritas con la misma sencillez con que las sentí.”
Ya se podrán imaginar que el bueno de Mr. Yorick, aunque viaje dispuesto a enfrentarse con mentalidad abierta y libre de prejuicios a todas las experiencias interesantes que el azar ponga en su camino, está especialmente predispuesto a caer en una tentación en concreto por encima de las demás.
“Es más, estoy firmemente convencido de que un hombre que no sienta cierto afecto por la totalidad del otro sexo es incapaz de amar a una sola de sus componentes como es debido.”
Un principio que Mr. Yorick pone en práctica siempre puede, y con bastante buen resultado, por cierto. A fin de cuenta es un homme d’esprit, un hombre de ingenio; galante, locuaz y mundano. ¿Deberíamos por ello tachar esta de novela frívola? De acuerdo, siempre y cuando me concedan que la frivolidad, si se practica con elegancia y buen gusto, no es un defecto, sino una forma de vida.
Una forma de vida a la que al parecer se entregó con devoción el propio Laurence Sterne a lo largo de sus años. Nacido en 1713 en Clonnel, en Irlanda, se ordenó sacerdote anglicano y llevó una existencia licenciosa y festiva a pesar de la enfermedad que le acompañó buena parte de su vida (o quizá causa de ella). En 1765 realizó un largo viaje por Francia e Italia, cuyas vivencias plasmó en su Viaje sentimental, del que sólo llegó a escribir dos de las cuatro partes que tenía previstas. De hecho el libro, originalmente titulado Viaje sentimental por Francia e Italia, escrito por Mr. Yorick, fue publicado en 1768, tan sólo tres semanas antes de la muerte de su autor.
Gran admirador de Cervantes, Rabelais, Defoe y Swift, Laurence Sterne es conocido sobre todo por Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, una de las obras más importantes de la literatura inglesa, considerado el equivalente anglosajón de El Quijote, aunque en realidad sea el Viaje sentimental su obra más asequible y popular.
Nietzsche afirmó de él que era “el escritor más libre de todos los tiempos”. Su influencia en la novela anglosajona moderna es incuestionable, y comparable a la de Cervantes en la de lengua española. Experimentó con recursos estilísticos impensables en su época y para muchos estudiosos anticipó el monólogo interior que luego Faulkner o Joyce exprimieron hasta sus últimas consecuencias. Pero, sobre todo, Laurence Sterne es un escritor estimulante por su optimismo vital, su inteligencia y su visión mordaz y a la vez ingenua de la vida.
Laurence Sterne creó un mundo propio, en el que los personajes saltan de novela en novela y comparten página con individuos reales. El propio viajero sentimental, Mr. Yorick, no sólo es un alter ego apenas disimulado de su autor, sino que ya aparece en el Tristram Shandy. Pero, puestos a tirar del hilo de las referencias librescas, ¿cómo olvidar al otro Yorick, cuyo cráneo recién desenterrado sostiene Hamlet en su inmortal monólogo? El bufón más famoso de la historia –a pesar de que nadie le haya oído jamás contar un chiste– se reencarna en el pícaro y galante viajero sentimental. A fin de cuentas, la imagen de la calavera del bufón en manos del filósofo es una buena metáfora para la obra de Sterne y, sobre todo, para su particular sentido del humor.
El Viaje sentimental fue un gran éxito desde su publicación, justo tras la muerte del autor –como él mismo dijo en alguna ocasión, “la muerte abre la puerta de la fama y cierra tras de sí la de la envidia”–. Más asequible y menos experimental que el resto de sus obras, se convirtió en modelo para todos esos ingleses “sentimentales” que años después se dedicaron a recorrer Europa y que han sido inmortalizados en numerosas novelas y películas.
Hoy, a la mayoría de nosotros nos cuesta viajar a la manera sentimental de Mr. Yorick; nuestra escasez de tiempo libre y la masificación nos obligan a planificarlo todo y, por otra parte, en cada rincón del planeta hay tanto que ver que parece que no queda tiempo para vivir.
De todas formas, si escoger un destino y organizar el viaje es difícil, elegir un libro no lo es tanto; si un día les asalta la misma duda que a mí y no se deciden entre leer un libro clásico o uno contemporáneo, ya tienen la respuesta: el Viaje sentimental es el más moderno de los clásicos. ¿O era al revés? No importa, a fin de cuentas, sea un libro clásico o uno moderno, el más sentimental de los viajes es la lectura.
Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
¿He dicho que “no” alguna vez a alguno de los libros que recomiendas? Otro para mi lista, pero éste tiene que caer pronto, que cada vez que he leído uno de los libros que has reseñado, siempre lo he disfrutado mucho.
Besotes!!!
Pues sin duda es un gran libro, como lo es la reseña. Lo único que no veo claro es si la paternidad de Sterne de la técnica del monólogo interior es algo que agradecerle o que reprocharle, porque si bien en Faulkner, en El ruido y la Furia, creo recordar que es donde lo he visto (magnífico libro, por cierto), el resultado es legible, en el caso probablemente más famoso, el monólogo de Molly Bloom del Ulises, es más bien indigesto. Para exorcizar mi aversión al monólogo interior escribí una vez un cuento entre gamberro y sacrílego a partir de ese monólogo: concretamente la protagonista lo estaba leyendo con un lápiz en la mano y de repente no pudo evitar entrar en un frenesí de corrección gramatical hasta que lo ordenó y lo dejó redactado dentro de la más estricta ortodoxia y así por fin logró terminar el Ulises por primera vez tras numerosos intentos infructuosos.
En fin, perdón por la broma y enhorabuena una vez más por la reseña.
Muchas gracias, Margarita. Siempre tienes una palabra amable para estos humildes comentarios, y te lo agradezco mucho, pero el mérito de que te apetezca leer los libros reseñados es de sus autores.
Este en concreto es una pequeña joya, un libro divertido y con mucho encanto. Si lo consigues espero que lo disfrutes.
Hombre, atribuirle la paternidad del monólogo interior a Sterne es un poco exagerado, pero como algunos estudiosos consideran que es así, yo lo recogí. El mentado monólogo interior es, como tantas cosas, bueno o malo según cómo se utilice. En Faulkner o en Virginia Woolf (o en Benet, que siempre nos olvidamos de Benet) es una maravilla, los personajes cobran una profundidad y una fuerza increíbles, sin embargo Joyce es, a veces, casi ilegible. Y también podemos hablar de ciertos autores actuales que tratan de emularlo con resultados más bien malos.
Gracias por tu comentario. Un abrazo.
Sin dudas, el mejor viaje es el de la literatura, o mejor dicho, como dices, es el más sentimental; es lindo viajar y no solo quedarse con lo frío, con los monumentos, sino saber su historia y, por supuesto, mirar a la gente y hablar con quienes viven ahí, no solo en la postal turística.
saludos!
A fin de cuentas, la mayor riqueza cultural de un lugar son sus gentes; es la eterna dicotomía entre viajar y hacer turismo.
Gracias por tu comentario, Roberto. Un saludo.