Vías muertas, de Susana López
Hay una corriente que dice que, hoy en día, a los escritores noveles no se les da la oportunidad de publicar sus escritos. Y es una verdad a medias. Hoy en día, junto con las editoriales más conocidas, surgen otro tipo de propuestas que, igual de interesantes, nos acercan a los lectores historias muy potentes. Uno de esos casos en los que se descubre a un nuevo talento lo tenemos en Vías muertas. Se suele decir, también, en esa especie de monólogo de personas que se escuchan demasiado, que todo aquel que escribe sólo repite aquello que ha leído en otros libros. Yo no lo creo, al menos no lo creo a pies juntillas, puesto que cuando uno tiene lecturas en su haber como la que aquí presento, se le dibuja una pequeña sonrisa en la boca porque el aire fresco, ese que se cuela por las rendijas de una ventana mal encolada, llega para quedarse e imploramos, casi nos arrodillamos porque no se acabe, porque se vuelva a leer algo de autores que, como Susana López nos regala su talento en forma de libro, en forma de historia que envuelve al lector, que lo atrapa, y que lo zarandea para que se quite de la cabeza todas esas ideas preconcebidas que impiden que, muchas veces, se disfruten historias de gente que nos es desconocida. No hay nada peor que un prejuicio que se enquista en nuestro cuerpo. Como también no hay nada peor que dejar pasar la oportunidad. Yo no creo en las casualidades y sí, mucho, en las causalidades. Por eso, hablar de este libro sólo podría hacerlo en estos términos porque, cuando algo es bueno, se debe dar a conocer.
El inspector Pérez Jiménez pide el traslado a Segovia tras sufrir un intento de atentado terrorista en Bilbao. Allí, pensando que encontraría la tranquilidad, tendrá que resolver un doble asesinato: dos mujeres que son tiroteadas al bajar del tren. Será entonces cuando su vida tranquila se convierta, de la noche a la mañana, en todo menos eso.
Resulta curioso cómo Susana López escribe. Se le nota en el pulso, se le nota en cada capítulo, se le nota en esas vibraciones que sueltan las páginas: le encanta lo que hace. Ese es uno de los mayores placeres que un lector se puede llevar a casa, a su mente, a sus sentidos, cuando termina una lectura. El poder decir, “se nota que el autor / la autora ha disfrutado escribiendo”. A pesar de que siempre he pensado que el acto de escribir es un acto solitario, la hermandad entre el lector y el escritor hace que todo lo que se ha vivido en el proceso tenga una recompensa brutal para ambas partes. Y es que Vías muertas, enclavada en el género policíaco es una de esas novelas que nos llevamos al gaznate como si fuera nuestra bebida favorita, esa que disfrutamos hasta que llega a nuestro estómago, y que vamos saboreando mientras nos recorre la garganta, el esófago y todo los órganos que se necesitan para beber. No es la primera vez que utilizo este símil, pero me parece acertado porque en ese acto, en la ingesta de nuestra bebida favorita, encontramos muchas similitudes con la prosa de la autora: una descripción pulcra, directa, perfecta, como esos pequeños matices que nos encontramos en ese líquido; un argumento que nos mantiene pegados al asiento, con el que disfrutamos, como ese proceso en el que nuestro cuerpo se llena de la bebida; unos personajes delineados con diversión, por una persona a la que llamaremos escritora con todas las letras, como ese resultado de placidez de beber lo que nos gusta. Porque las lecturas, las que son como ésta, nos devuelven una pequeña fe perdida por el camino de las malas historias que nos intentan vender.
El mundo es algo tan caótico como verdadero. Y son estos pequeños regalos, los que te pone delante el destino, los que se agradecen. Por eso yo, que devoro libros, que disfruto con su lectura, agradezco a Susana López las ganas, la pasión, la profesionalidad y la calidad. Porque muchas veces nos encontramos con lecturas que nos dirán poco, que no nos dirán nada, que olvidaremos en un cajón cerrado y no volveremos a abrir, pero Vías muertas, con todo lo que contiene, se convierte al instante en una lectura que se recuerda, que se instala en el cerebro, que no te suelta y que devuelve cierto respeto a estos mundos de la literatura. Hay veces que nos perdemos en alabanzas, otras no son suficientes. Lo mejor para descubrir lo que os digo es que leáis, que os empapéis, que lo viváis, como yo lo he hecho, porque eso será la mejor forma de compartir, con vosotros, aquello que nos hace lectores.