Hacía mucho tiempo que quería hincarle el diente a Vida, la autobiografía de Keith Richards, que recientemente ha sido reeditada por Cúpula. En mi imaginario, el guitarrista de los Stones siempre ha sido el claro ejemplo de cómo llevar una vida llena de excesos y vivir para contarlo. Después de escuchar (mejor dicho, de leer) lo que él tiene que decir sobre sus días en la tierra, mi percepción sigue siendo más o menos la misma, aunque se ha ampliado; ahora, además de un superviviente le considero un auténtico canalla.
Hay una frase, que en Internet asocian mayoritariamente con George R. R. Martin, pero vaya usted a saber, que sintetiza bastante bien este libro. Dice algo así como que todos somos héroes en nuestra propia historia. En el caso del ya septuagenario músico esta visión no puede ser más acertada; aunque él no escribió directamente el libro, ya que fue el periodista James Fox el que se encargó de entrevistarle y de poner orden en sus recuerdos, se nota que las opiniones que aparecen en él son completamente suyas. De otra forma sería imposible entender por qué los mismos actos merecen de valoraciones contrapuestas en función de si los cometió él o uno de sus compañeros de banda. Pero el sistema de valores de Keef es verdaderamente sorprendente.
Hay dos temas que destacan por encima de todo en estas memorias: la composición de canciones (principalmente, como él mismo reitera, de las melodías) y el consumo de drogas. A los dos les dedica un amplio espacio, lo cual no es raro, pues han sido probablemente sus principales actividades a lo largo de su vida. La última la acabó dejando, dice, aunque eso no evita que narre con todo lujo de detalles varios de sus viajes psicotrópicos. Algunos parecen no tener mayor sentido que el mantener su leyenda, de la misma forma que se esfuerza cada cierto tiempo en recalcar que, por encima de todo, lo que verdaderamente le importa es la música. Que el amor por el dinero, la fama y el poder hacer lo que le venía en gana no iba tanto con él.
«Uno puede dejar la heroína. Pero no puede dejar la música. Una nota lleva a la otra y nunca se sabe exactamente qué viene después —tampoco queremos saberlo—. Es como caminar por una hermosa cuerda floja».
Eso sí, si algo no se puede negar es que Richards se moja en este libro. No tanto como nos gustaría, lógicamente, pero bastante más de lo que uno podría imaginar a priori. Así, las pullas a Mick Jagger son constantes y punzantes, sin tratar de enmascarar en ningún momento una relación que lleva muerta décadas; hasta cuando destaca alguna virtud del que lleva siendo su compañero de banda desde hace más de 50 años no puede evitar destacar el ego o el clasismo del cantante.
Y hablando de compañeros, Brian Jones es el otro gran objetivo de sus críticas más duras; su prematura muerte no evita que Richards lo identifique como un lastre para el grupo en sus últimos años sobre los escenarios. Con todo, es difícil ser más crápula que Keith a la hora de narrar cómo le levantó a la novia. La justificación que nos ofrece es digna de un cuento de hadas, en el que Richards interpreta al valeroso caballero que rescata a Anita Pallenberg del cruel Jones, que la maltrataba y no la dejaba ser libre. Sin embargo, es bastante diferente su punto de vista sobre el affaire que posteriormente Anita tuvo con Jagger mientras salía con él. Ahí el bueno de Keith ya no es tan caballeroso: después de hablar del pequeño tamaño del pene del cantante, deja caer (mejor dicho, narra con todo lujo de detalles) cómo él hizo lo propio un tiempo antes con Manianne Faithfull, la que era novia de Mick. Y luego hay a quien le extraña que lleven años sin dirigirse la palabra…
Como fan de los Stones desde que tengo uso de razón puedo decir que he tenido sensaciones contrapuestas en torno a Vida: me ha encantado el libro, pero he acabado detestando al narrador (que no al músico). El motivo no tiene tanto que ver las malas decisiones que ha tomado el guitarrista a lo largo de su vida como con la manera en que las valora, especialmente en comparación con las de otras personas de su entorno. Dejo para acabar un deseo: ojalá Jagger se atreva algún día a dar su propia versión de este más de medio siglo sobre el escenario, aunque solo sea para poder analizar cuál de ellos ha acabado más absorbido por el personaje.
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