Vida hogareña, de Marilynne Robinson
Tras haber reseñado en este mismo espacio la trilogía de Gilead (Gilead, En casa y Lila) poco puedo decir ya que sirva como testimonio de mi admiración hacia Marilynne Robinson que sea más elocuente que lo anteriormente dicho, sin embargo, para tomar el pulso de la verdadera dimensión de esta gran autora era necesario conocerla fuera de ese escenario tan personal y tan importante en sus novelas. Y Vida hogareña supera la prueba con creces. Cierto que está escrita con anterioridad a aquéllas pero no es menos cierto que es una novela deslumbrante que muestra ese extraño amor por la vida que transcurre en condiciones precarias o dramáticas, sin duda más hermoso que optimista. Amar la vida como es, para lo que primero hay que ser capaz de verla sin engañarse y eso lo hace muy bien Marilynne Robinson, quien sin duda se muestra insuperable en el arte de construir personajes reales en condiciones si no extremas sí ciertamente complicadas.
El hogar en el que transcurre Vida hogareña es posiblemente una buena metáfora de las vidas de las niñas que la protagonizan, dos hermanas a las que su madre deja allí al cuidado de la abuela a quien no conocían (de hecho las deja en el porche con una caja de galletas y ella se marcha y… bueno, eso no se lo cuento). Una casa de madera que construyó el abuelo con sus propias manos y con mucha más voluntad que conocimientos técnicos o experiencia como carpintero, es decir, que es una casa con apariencia normal si se ve de lejos pero tan personal y extraña que indudablemente debe influir en el desarrollo de la personalidad de sus habitantes. La casa está construida en un pueblo de la América rural, un lugar gris no especialmente propicio para el florecimiento de la diferencia, aunque ellas desde luego lo son. Diferentes, digo.
Tal vez sea eso de lo que Marilynne Robinson quiera hablar en realidad, del encaje de personajes con formas de ser infrecuentes en sociedades cerradas, o tal vez no. Es posible que el verdadero leit motiv sea el vértigo de la libertad, la vida errabunda (o vagabunda) cuya llamada siente un personaje, Sylvie, antecesora clara de Lila, que también es muy importante en la novela.
Tras la muerte de la abuela, las niñas pasan al cuidado de unas tías solteronas que tienen tanto apego a su vida solitaria y a sus pequeñas rutinas que la oportunidad de cambiarla por una más familiar, con sus responsabilidades y sus problemas, se les antoja una tarea titánica que no pueden afrontar. Y así llega Sylvie a la vida de las niñas, uno de esos personajes disfuncional a ojos políticamente correctos, pero profundamente entrañable hasta el punto de que para mí Vida hogareña es su libro, más que el de Ruthie y Lucille, las hermanas, por más que sea la primera de ellas la brillante y honesta narradora.
La peculiar vida de esa familia va haciendo avanzar el libro con ese ritmo reflexivo y psicológico tan propio de Marilynne Robinson cuando de repente empiezan a ocurrir cosas y lo hacen con un ritmo y un impacto en el lector como sólo se entiende cuando ocurre en la intimidad de la familia. Porque la autora consigue que el lector sea un habitante más de esa casa imposible, un tutor más de esas niñas, con la implicación emocional que eso conlleva.
Hay lugares en los que la diferencia se tolera mejor que en otros, en Vida hogareña las vidas políticamente correctas con su normalidad homologable y las formas de vida alternativas, por más que sean inocuas y en realidad no interfieran, están destinadas a chocar. Como trenes, que también son muy importantes en esta historia desde que el abuelo de dramáticas habilidades carpinteras falleció a bordo de uno que cayó del puente que cruza el lago del pueblo y lo convirtió en una suerte de cementerio submarino. El lago también es importante en la historia, y el puente… si lo piensa uno bien no hay nada superfluo en Vida hogareña porque nada lo es en la vida que reflejan sus páginas: uno nunca sabe el impacto de cualquier pequeño gesto es su vida o en la de los demás, por eso hay que leer cada palabra con atención y con emoción. Lo primero depende de usted, lo segundo me temo que será inevitable.
Andrés Barrero
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