Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero, de Martin Rowson
De vez en cuando, a algún autor se le ocurre meterse dentro de la novela que nos está contando. Otras veces, se dirige directamente al lector y le dice algo así como “sigue tú por mí, que tengo que ir al lavabo”. En ocasiones, el autor no sabe cómo acabar su obra, y le deja al lector un par de posibilidades para que éste escoja la que más le convenga. Y todo ello, nos decimos, es sumamente original.
La originalidad está considerada un valor literario en sí. Ser original es siempre una virtud, y por ello nunca oiremos a nadie decir “este autor no me gusta porque es muy original”. Se me ocurre ahora que quizá alguien debería hacerlo y reivindicar así la originalidad como una virtud del lector. Pero no hagamos como el señor Sterne y volvamos al asunto que nos ocupa, a saber la originalidad.
A modo de ejemplo, todos hemos leído algún libro a cuyo autor le ha dado por jugar con la tipografía y los efectos visuales,
por lo que
de repente
nos encontramos
con cosas
asííí
DE
BoNiTaS
y decimos oooh, qué original, sin caer en la cuenta de que, en literatura, Cervantes ya lo inventó casi todo. El resto se lo dejó a Laurence Sterne, que además de escribir y ser original, era experto en rizar rizos.
Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero es una de las obras más famosas y menos leídas de la historia de la literatura, y aunque aquí no voy a hablar tanto de ella como de la prodigiosa versión de Martin Rowson, es menester, por las narices de don Tristram, decir un par de cosas al respecto.
La obra de Sterne revolucionó el mundo de la novela, y no es exagerado afirmar que su originalidad, su humor, su mezcla de géneros, así como su carácter lúdico y paródico hacen de Tristram Shandy un auténtico despiporren literario que aún hoy no ha sido superado. En esta supuesta autobiografía, además de la página sin palabras más célebre de la historia de la literatura (y al respecto de la cual, irónicamente, se han llenado miles de páginas), tenemos, por ejemplo, un narrador que no hace su aparición hasta el volumen tres, en un narratus constantemente interruptus por las caracoleantes digresiones que de un detalle nimio se extienden hasta convertirse en un estudio de tesis doctoral carente siempre, por supuesto, de toda solemnidad. Es decir, que nos encontramos ante el paradigma de la antinovela, una de esas obras que uno piensa que jamás podrían ser llevadas a la pantalla. Ah, siempre la pantalla, pero… ¿y el dibujo?
El dibujante británico Martin Rowson, consciente de lo absurdo de la estricta fidelidad en una adaptación de este tipo, ha sabido captar el enorme, erudito, divertido y apasionante juego literario que es Tristram Shandy, y crear una obra fiel al tiempo que completamente… original. (Y subrayemos aquí que la primera acepción de original es “relativo al origen”). Para ello se sirve, por ejemplo, de un narrador que lleva a sus lectores a un viaje por las entrañas de su propia autobiografía y por el proceso mediante el que ambas, vida y biografía, se gestaron. Y esto de las entrañas, que parece una metáfora, no lo es.
No se trata de un viaje sin complicaciones, y quede aquí constancia de que, si alguien piensa que la adaptación del clásico a la novela gráfica supone una simplificación de la lectura, anda muy equivocado. Con su narración en varios planos, donde narrador, autor y biógrafo de Shandy comparten espacio; con su carácter irreverente (y, en no pocas ocasiones, obsceno) que baja del pedestal tanto a algunos grandes dinosaurios de la literatura como al autor mismo; con sus referencias a algunos clásicos de la ilustración, como Durero, William Hogarth o Aubrey Beardsley; con sus dibujos oscuros, recargados, repletos de detalles; con su carácter de pastiche de géneros posmodernista, esta Vida y opiniones de Tristram Shandy, caballero de Martin Rowson es una obra tan rica y compleja como el original en el que se inspira, y un libro, digámoslo claro, de tres pares de narices. O más.