La vida es una jungla. Ya lo dicen los León Benavente (… «los seres humanos somos fieras, devoramos a quien sea bien por fama bien por recompensa…»). Es algo que todos, antes o después, por las buenas o las malas, acabamos aprendiendo. La mayoría vive y lucha para sobrevivir mientras unos pocos privilegiados solo tienen que preocuparse de nimiedades como el color del traje que toca vestir cada día o de si adornan sus muñecas con el Patek Philippe o con el Hublot.
Ruth Santana pertenece al grupo mayoritario. Pero en ese grupo hay también subgrupos, y ella está dentro de la categoría de joven (28 años), plantada en el altar dos años atrás por su novio y pluriempleada para poder seguir pagando la deuda con el banco. Sola en la vida, pues no puede contar con su madre, ha llegado al extremo de tener que buscar comida en los contenedores cercanos a los supermercados.
“–Es que, mira –dijo despacio, como si estuviera hablando con un niño muy pequeño–, tengo diez euros para pasar lo que queda de mes, no tengo nada más en el banco hasta que cobre…”
Y justo cuando parece que la vida de Ruth ha tocado fondo, es posible que su vida esté a punto de sufrir un cambio a mejor al recibir de un desconocido, Hugo Correa, la propuesta de reventar cajeros y ganar dinero fácilmente. ¿Accederá? ¿Ella, que es mujer de firmes convicciones y de unos principios y moral sólidos como una roca? Y, por otra parte, ¿podrá fiarse de ese desconocido salido de la nada justo en el momento en el que más putas las estaba pasando?
Vienen mal dadas es la primera novela de Laura Gomara y yo me sentía pequeño, muy pequeño al leerla porque no podía creer que semejante joya del noir fuera obra de una primeriza. Porque si difícil es escribir un buen libro, más lo es escribir un buen primer libro y más todavía de un género con unas características tan marcadas como el negro.
Gomara nos envuelve en un ambiente cargado de crisis económica (en su mayor parte transcurre en 2014) e impregna a toda la obra un miedo que, tal vez todos tenemos, a la pobreza. Un miedo a ser pobres. A perder la casa y acabar comiendo en comedores sociales, rebuscando en contenedores, a la caridad, a ser reconocido por esa gente que antes pertenecía a tu subgrupo y a terminar muriendo algún día en la calle, olvidado por todos.
“Hacía mucho que no sentía miedo porque no le importaba lo que pudiera pasarle, hacía mucho que se arrastraba por la vida dejando que el barro y la mierda resbalaran sobre su piel. Esa había sido su estrategia de supervivencia”.
Gomara hace palpable la realidad social del momento y la refleja con maestria: estamos ahí donde nos quiere llevar, no nos cuesta situarnos y olemos las tripas del pescado que Correa limpia, vemos la pensión, respiramos el aire del minúsculo cuartucho en el que Ruth habita, nos reconocemos en sus dos trabajos, y sentimos su rabia por ser pobre… En ese aspecto, es una novela muy minuciosa y detallada. Muy real.
No obstante, aún estando enclavada en el noir, es bastante atípica. Cierto que nos movemos en un ambiente criminal y que toca además palos como la corrupción, los desahucios, la “okupación”, la precariedad laboral, y otros temas que confieren el verismo necesario e ideal a esta novela y siempre con un cierto aire de derrota continuada. Pero, y esto no es malo, la autora se sale de ciertas líneas invisibles que hacen que, –ya desde el principio, cuando vemos que Ruth no es la mujer fatal que creíamos (o que al menos yo creía) que iba a protagonizar la trama, sino que es, más bien, la antimujer fatal; o, por ejemplo, llama la atención el extraño buenrollismo y camaradería en la banda de “piratas”,…–, este libro tenga el regusto de los clásicos y a la vez un enfoque novedoso, original y absorbente.
La única cosa que no me ha convencido del todo ha sido el final. Y no me ha convencido porque no es un final realista, tal y como venía siéndolo el resto de la narración. Me ha chirriado; tenía que haber sido algo inesperado, imprevisible. O algo que sí se viera venir, si se prefiere, pero más en sintonía con el tono general de la novela. Esa es mi opinión, pero todos sabemos que para gustos los colores, y el mío es el negro negrísimo.
Quitando eso, que ya digo que es algo muy subjetivo, Gomara ha escrito una muy correcta y estupenda novela que te atrapa y que eres incapaz de soltar en los dos días que he tardado en leerla (y que habrían sido menos de no tener ciertas obligaciones). Las descripciones, los personajes auténticos, con pasado y bien construidos, las frases lapidarias en off que no pueden faltar, los diálogos… ¡Todo! Todo está muy trabajado y documentado y hace que leer Vienen mal dadas sea un placer.
Además la narración es ágil, la lectura no se complica con lenguaje innecesariamente complicado o superfluo, no se detiene en tonterías, sino que va al grano, con una prosa fluida y precisa que se agradece mucho.
Un libro que merece un hueco en la biblioteca rodeado por los de Silva, Gellida, Bartlett y los de su calaña…
De seguro, esta novela se va a quedar mucho tiempo rondando por mi cabeza y eso no pasa con muchos los libros. Solo con los buenos. Y este lo es. ¡Y es el primero!
Sin lugar a duda, un libro interesante sobre unos de las fobias más temidas del ser humano; el quedarse en la ruina. Enhorabuena por Laura.