El viento en la cara es Bilquiss. Y es que la mujer que protagoniza esta historia escrita por Saphia Azzeddine es uno de los personajes más potentes que he leído en los últimos tiempos. Con sus ingeniosas réplicas, su cinismo y su orgullo, Bilquiss va a contracorriente (de ahí, el atinado título del libro) y se impone a todo lo demás. Y ese «todo lo demás» no es poca cosa, os lo aseguro. Ese «todo lo demás» es un país que la ha ninguneado desde su nacimiento y un juicio en el que su condena será la lapidación en la plaza pública.
¿Y por qué? ¿Qué ha hecho Bilquiss para merecer semejante castigo? Ser mujer, simplemente. Y no tener hombre alguno que se ocupe de meterla en vereda, además. El jurado y los espectadores quizá expongan más motivos. Dirán que se atrevió a ocupar el lugar del muecín a la hora del rezo. Incluso que compró berenjenas y calabacines con formas fálicas. ¡Qué descaro! ¿Cómo no va a merecer una buena somanta de latigazos? ¿Cómo no van a querer tirarle piedras hasta que dé su último suspiro?
Pero Bilquiss no calla, aunque eso suponga acercarla un paso más a la muerte. Y cada una de sus peroratas pone en evidencia los dogmas bárbaros de su sociedad (que nada tienen que ver con la fe), las incoherencias de sus fieles creyentes y la bajeza de sus odios. Bilquiss no solo critica la injusticia de su país, Afganistán, sino también a esos occidentales que están llenos de certezas sobre lo que acontece en la sociedades musulmanas, a sus compromisos frívolos y a sus caridades intrusivas. Ese tipo de occidentales está representado en un grupo de soldados estadounidenses asentados en su país y en la periodista Leandra Hersham, que viajará hasta allí para tratar de ayudarla, tras ver su sesión de latigazos en Youtube. Sin embargo, Bilquiss no cede ante nadie. Se niega a ser un títere en manos de unos o de otros.
El viento en la cara es Bilquiss, sí, y eso que la narración no se centra solo en su punto de vista. También nos metemos en la cabeza del juez, que, muy a su pesar, se siente fascinado por la intensa mirada y las furiosas palabras de la acusada; y en la de la periodista estadounidense, cargada de buenas intenciones, pero lejos de saber a lo que se enfrenta. Ellos hablan, pero Bilquiss los desmonta. Porque su discurso es tan lúcido que, cuando ella alza la voz, solo pueden callar y escuchar.
Lástima que Bilquiss sea un personaje de ficción y que en la ficción haya tan pocos personajes como Bilquiss. Hoy en día, haría falta más gente así, en la sociedad y en la literatura. Afortunadamente, detrás de ella está Saphia Azzeddine, su creadora, a la que le presupongo el mismo carisma e inteligencia que le ha insuflado a su protagonista, y que lleva ya seis libros en su bibliografía. Así que espero que Saphia Azzeddine escriba mucho más, para que vapulee los prejuicios de millones de lectores y les dé un buen baño de realidad. Quizá así, algún día, entre todos hagamos que el viento cambie de dirección para que el sentido común nunca vuelva a ir a contracorriente.
Me has animado a leerla, muchas gracias
Me alegro. Merece mucho la pena. 🙂