W de whisky, de Sue Grafton
Sí, es cierto: Sue Grafton está dando muestras de agotamiento de su alfabeto del crimen. No es para menos: lleva, con esta W de whisky, veintitrés entregas de aventuras de su sabuesa, nuestra metomentodo favorita, Kinsey Millhone; es normal que la fórmula ya no conserve la originalidad y la frescura de las primeras novelas. Sus fans hemos tenido que resignarnos a esperar más de un año para poder leer una nueva peripecia de Millhone, a medida que, según las letras avanzaban, la Grafton bajaba la periodicidad de sus sucesivas letras, cosa comprensible porque incluso a una autora tan imaginativa como ella le debe de resultar cada vez más difícil encontrar argumentos y giros en los que no se repita a sí misma. (Y, sin embargo, los encuentra.) Por todo eso y porque los escritores son también humanos, digamos algo que quienes han sido fieles seguidores del alfabeto del crimen adivinarán ya: W de whisky no está entre las mejores novelas de la serie.
Ni mucho menos. Sigue el arco descendente que Grafton inició con, más o menos, R de rebelde (con repuntes posteriores), aunque hay que decir que supone un considerable ascenso después del mínimo absoluto, dudoso honor que corresponde a V de venganza. Como queda dicho, no constituye esto ninguna sorpresa.
Ahora bien; a estas alturas del abecedario, y conociendo a Grafton y a Kinsey como las conocemos -a ellas y su mundo, que nos importa mucho-, los fans acérrimos de esta serie y de esta detective nada tienen que reprocharles a Sue Grafton y a su alter ego con licencia para husmear. Ya no buscan grandes sorpresas, giros argumentales de ingenio deslumbrante, historias novísimas o un pulso de escritora al que jamás se le note ni el menor tembleque. Buscan sencillamente pasar un rato entretenido en compañía de su inteligente, valerosa y divertida investigadora privada y adentrarse en los detalles de su vida cotidiana; volver a visitar Santa Teresa tratando de olvidar que ya vamos por la w y que pocos viajes más van a poder efectuar a esa bella y soleada ciudad californiana (aunque siempre quedarán las relecturas, ¿verdad?); saber en qué andan metidos ahora Henry, Rosie, Dietz, Jonah, William y Cheney; almorzar algún indescriptible plato húngaro en el local de Rosie; dar una vuelta en el coche de Kinsey (¿qué modelo será esta vez?); pasar un rato en su coqueto estudio decorado como el camarote de un barco y tomar luego un tentempié hipercalórico a base de pan casi-mohoso-pero-todavía-comestible, huevo duro, varias cucharadas soperas de mahonesa y sal. De eso hay dosis suficientes en W de whisky para calmar las ansias de cualquiera de los admiradores y amigos del tándem Grafton-Millhone. (Además, en esta entrega descubrimos el amor hasta ahora desconocido de Kinsey por los gatos).
Pero, claro, por encantador y reconfortante que nos resulte el costumbrismo del alfabeto del crimen -con el atractivo añadido de que es un costumbrismo revival, porque las aventuras de Kinsey suceden en los años 80-, hace falta, además, algo de intriga, algo de acción, algo de emoción. De eso también hay aquí, aunque, justo es decirlo, de forma diferente a como lo encontrábamos en las mejores entregas de la serie. En esta ocasión, Kinsey se ve envuelta en un misterio que implica dos cadáveres, uno de ellos claramente un caso de asesinato; más enredos familiares; una investigación de altos vuelos académicos; una herencia… Lo bueno: Sue Grafton sigue fiel a su estilo, que combina acertadamente acción, suspense, pinceladas de mundanidad que a algunos puede que irriten pero que a otros nos encantan (por ejemplo, Kinsey nos recuerda cómo se lava una lechuga y qué rutina sigue ella cuando se levanta de la cama, por si lo habíamos olvidado de las 22 novelas anteriores; pero nos encanta) y lo que mejor se le da: la descripción de tipos humanos con cuatro o cinco detalles que, no sabemos cómo lo hace, consigue que veamos ante nosotros al personaje o el lugar en cuestión, y no sólo eso, sino que, en el caso de los personajes, podamos establecer un juicio -dicho claramente, sabemos inmediatamente si nos cae bien o mal- y nos quedemos con ganas de saber más sobre él o ella. Todo ello, con un estilo desenfadado pero falsamente sencillo, muy cuidado y tan grato de leer, que casi ni nos importa que no todo esté ahí por una razón; simplemente, nos arrellanamos en el sofá y disfrutamos de la lectura, porque sí.
W de whisky es además una de las novelas más voluminosas de toda la serie. Y ello no siempre es -aquí viene lo menos bueno- porque la trama así lo exija. De hecho, se trata de una de las letras que más material inconexo con la trama principal contiene. Como hemos dicho más arriba, puede que esto moleste o canse a algunos lectores, pero los fieles a Grafton navegarán por las páginas sin mayores problemas.
Y lo harán, y seguirán siendo incondicionales de esta autora, porque es de lo mejorcito que hay hoy en día en la, por otro lado, amplísima -demasiado amplia, podríamos decir también- oferta de literatura criminal. Allí donde una mayoría escribe siguiendo un manual, de tal forma que las novelas podrán ser mejores o peores, pero suenan y son todas iguales, sin autoría achacable, y con manga ancha en contenidos violentos, obscenos o vulgares, Sue Grafton nos ofrece serenidad, buen humor, contención, elegancia y cercanía, de tal forma que Kinsey es ya una amiga para nosotros, la única detective del panorama literario con la que nos iríamos a comer una pizza o a tomar un café. Leerla es como ponernos unas bonitas zapatillas de buena factura y de mullido interior cuando llegamos a casa.
Lo único que estropea algo la experiencia lectora es un error que se comete varias veces: el uso de “sino” cuando debería usarse “si no”. Ignoramos si este error se debe a la traducción o a la edición, pero Tusquets no debería pasarlo por alto para próximas ediciones.