Hace unos días me pasaba por aquí para hablaros de una lectura reciente, Wardcross. En esa reseña os contaba que la editorial Nocturna, por equivocación, me había mandado un ejemplar recién salido del horno de la continuación de aquel. No me entusiasmaba mucho la idea de meterme entonces en ciencia ficción, así que pensé aparcarlo, pero al leer la sinopsis mis ojos empezaron a hacer chiribitas. Enseguida pedí su primera parte, me lo leí en un suspiro y os conté que me había encantado.
Pues bien, la suerte de tener su segunda parte en la mano, como quien dice, hizo que no tuviera que esperar para continuar con la historia de Emika Chen, pues se había quedado muy interesante.
Como siempre que reseño segundas partes, tengo que avisarte que esta reseña puede contener —bueno, puede no, seguro que contiene— spoilers sobre la primera. Así que si no la has leído deberías parar aquí porque no quiero destriparte nada, ya que te fastidiaría un montón de cosas.
Veamos, Wardcross terminaba con la revelación de la identidad de Cero, aquella persona que intentaba destrozar el mundo creado por Hideo. Descubrimos, con cara de asombro —deberíais haber visto la mía— que Cero era ni más ni menos que el hermano del creador del mundo que tanto estaba dando de qué hablar. Pero la cosa no se queda ahí, Emika descubre que Hideo ha creado ese juego para poder controlar la vida de las personas, más en concreto, la de los delincuentes, ya que con solo «apretar un botón» puede hacer que se suiciden. Justicia en bandeja, oye.
En Wardraft, la segunda parte de la que vengo a hablaros hoy, Emika se ve en la obligación moral de ayudar a Cero a destruir el juego, ya que por mucho que Hideo haya inventado una justicia virtual, sabe que el ojo por ojo jamás ha funcionado. Pero las cosas empiezan a ponerse complicadas cuando diferentes revelaciones —que esas sí que no voy a explicar— aparecen desperdigadas por las páginas, lo que hace a Emika plantearse si sabe toda la verdad.
Lo cierto es que la mente de Marie Lu me parece maravillosa. Este libro me parece complicadísimo de escribir. No hay que olvidar que todo lo que ven los protagonistas es la realidad mezclada con la ficción que sus lentillas les permite ver. Describir los dos mundos entremezclados sin que resulte forzoso o complicado de leer me parece algo increíble. En este libro, además, esa línea que separa la ficción de la realidad es muchísimo más fina que en el primero, y creo que la autora estuvo muy acertada cuando en los agradecimientos dijo que este había sido el «hijo complicado» que, al lado de Wardcross, el bueno y el que aprende rápido, le ha puesto la vida muy difícil.
Y no me extraña. En Wardraft encontramos nuevos personajes y nuevos escenarios. Aunque todo sucede en Japón, los viajes en el tiempo a través de los Recuerdos son constantes, lo que hace que el lector pueda conocer más en profundidad a todos los personajes. Eso fue lo que eché un poco de menos en el primero.
Pero tengo que decir que el primero me gustó muchísimo más que este. Y estoy segura de que fue gracias a su principio: la manera en la que Marie Lu nos introducía el mundo de Wardcross me pareció magnífica. Las primeras páginas en Nueva York me conquistaron y simplemente por eso, por la forma en la que presentó todo lo que vendría después, me quedo con el primero.
A pesar de todo, esta segunda parte es imprescindible para terminar de comprender toda la historia. No se podría entender la una sin la otra. No es que sea una continuación sin más, es que todas las claves para entender Warcross están aquí.
En definitiva, es una bilogía que me ha hecho conocer a esta autora y gracias a la cual me han entrado muchísimas ganas de leer sus títulos anteriores y descubrir qué más cosas geniales es capaz de crear esa cabeza.