No soy una persona fanática, pero reconozco que tengo mis debilidades. Woody Allen es una de ellas. Creo firmemente que Woody es un genio, alguien con una mente tan brillante y privilegiada que me fascina. No recuerdo cuál fue la primera película suya que vi, pero con dieciséis años ya había visto toda su filmografía (hasta la fecha) y su humor y forma de ver el mundo me han acompañado desde entonces. También tengo que decir que me siento un poco identificada con él, al menos con su hipocondría, sus neuras, fobias y esa forma de enmascararlo todo mediante un humor muy fino y a la vez muy punzante. Soy una joyita, sí.
No sólo me gustan sus películas, también he leído muchos de sus artículos, cuentos y novelas y me fascinan igualmente. No sé cómo lo hará, pero todo lo que Woody Allen hace, lo hace bien. Incluso ser, aparentemente, un completo desastre. Eso se le da de lujo. Pero claro, tras ese personaje público que todos conocemos, se esconde una persona muy polifacética que ha dirigido más de cuarenta y cinco películas, que es actor, escritor, cómico y músico de jazz, que ha sido nominado veinticuatro veces a los Oscar (sin asistir en ninguna ocasión a recoger el galardón) y que ha recibido numerosos premios. Woody es, sin duda, el director de cine estadounidense más prolífico de su época.
Esta biografía es la más personal y actualizada. David Evanier, su autor, no quería simplemente hacer una biografía más sobre el director y lo ha conseguido. En Woody, la biografía, Evanier nos muestra no solo la obra de este genio, sino también su vida, sus miedos, sus pensamientos sobre el sexo, el amor y el judaísmo. Aunque Woody no quisiera participar en su elaboración, sí que contestó a algunos de los mails que el autor le envió durante el proceso de escritura y que aparecen en la biografía. Además, David Evanier pudo reunirse con su ídolo en una ocasión. Y es que se nota el amor y la adoración que el escritor siente por Woody Allen, por eso creo que esta biografía es tan buena, porque es objetiva, pero también está llena de pasión.
Con una infancia atípica, el Woody más pequeño prefería retirarse al sótano de la casa de sus padres, comer solo, ensayar sus trucos de magia y tocar el clarinete. Una buena forma de transformar el dolor en arte. Desde pequeño fue consciente de su talento. Uno de sus amigos comenta que, ya con doce años, tenía mu y claro cuál era su objetivo: la comedia. Escribir comedia, hacer comedia y estar en el mundo de la comedia.
Desde una edad temprana, Woody encontró la forma de ganarse la vida escribiendo guiones cómicos para otros humoristas. Se matriculó en la universidad de Nueva York en la especialidad de cine, pero apenas asistía a las clases y acabaron expulsándole. Probó a hacer un curso de producción audiovisual y volvieron a expulsarle. Lo intentó con un curso de escritura teatral y otro de fotografía pero no fue a ninguna de las clases. Woody detestaba y detesta la educación tradicional. Lo cual me hace pensar en nuestro maravilloso sistema educativo. Una persona como Woody Allen, que es un auténtico genio y que ha conseguido triunfar en la vida, no asistía a las clases y no obtuvo ningunos estudios y ahí está, ¿no? Hay veces que hacemos las cosas muy mal.
Cuando consiguieron convencer a Woody de que tenía que ser él quien representara sus propios monólogos el mundo se le vino un poco encima. Era algo que detestaba, pero consiguió hacerlo y durante una época fue uno de los humoristas más conocidos de Estados Unidos. Después de participar en su primera película y ver el desastre en que resultó, Woody decidió tomar las riendas. Él escribiría y dirigiría sus propias películas, no quería que nadie más pudiese decidir sobre sus películas, y así ha sido hasta hoy. Ese personaje con gafas de pasta, un clásico perdedor judío, lleno de lujuria y con aparente escaso éxito con las mujeres, es una metáfora del propio Woody Allen, de sus propias ansiedades.
Obviamente, no podían faltar en Woody Allen, la biografía sus relaciones con las mujeres y sus varios matrimonios con, entre ellas, Diane Keaton o Mia Farrow. Y por supuesto todo el intolerable proceso judicial en que se haya envuelto desde que Mia Farrow acusara al director de abusos sexuales a la hija que ambos adoptaron tras descubrir que Woody mantenía un romance (que dura hasta hoy) con la hija adoptada de ésta y un antiguo matrimonio. Un lío de narices en el que la señora Farrow no sale muy bien parada y que ha intentado desprestigiar, una y otra vez, a Woody Allen.
Yo he disfrutado muchísimo con este libro, sinceramente. No solo porque me encante Woody Allen, sino porque está maravillosamente escrito. Es objetiva, es íntima, apasionada y verdadera. Un ejemplo de cómo deberían ser todas las biografías.