Todos tenemos un grupo (o dos, o tres, o más…) de música del que somos fans, sobre todo cuando somos adolescentes. Grupos que se quedarán con nosotros toda la vida, aunque desaparezcan, se disuelvan, mueran sus miembros o se dediquen a otras cosas. Grupos de los buenos (no de estos de ahora que duran dos telediarios y empapan las bragas de quinceañeras que hacen cola en los estadios para conseguir entradas a costa de perder días de clase) que nos han sorprendido por su manera de enfocar la música, por traernos un sonido nuevo, o unas melodías pegadizas o unas letras que parecen ir dirigidas en exclusiva a ti o por una mezcla de todo, porque te llegan, sin más.
Y a todos nos hubiera gustado ver cómo esa banda de música creaba ese mítico disco que no nos cansamos de escuchar. Saber cómo fueron surgiendo las canciones, cómo cada miembro hacía sus aportaciones, cómo se emborrachaban y emporraban o se metían cosas más duras, y las orgías en las que, seguro, participaban. Además, saabemos que algunos grupos se encerraban para desconectar de la civilización y poder concentrarse mejor en el proceso creativo e inspirarse adecuademente.
Algo así es lo que propone Wylding Hall. Imitando la estructura de un documental con cortes que alternan las narraciones de los protagonistas, aquí se nos cuenta lo que sucedió veinte años antes en una mansión, de mismo nombre que el título del libro, en la campiña inglesa. El grupo es Windhollow Faire, banda de rock folk y durante un verano, a petición de su manager, se encierran en esa mansión para pasar página a la muerte de la cantante principal del grupo y pareja de Julian, el letrista, y, de paso, intentar sacar un nuevo disco, cosa que finalmente conseguirán y será todo un éxito.
Pero claro, este es un libro de terror, ganador del Premio Shirley Jackson 2016, así que algo más tiene que suceder y no puede ser algo muy bueno… y sucede. Vaya que si sucede. Julian desaparece en el interior de la casa.
Confieso que este libro me ha dado en su parte final un escalofrío. Como aquel que sentí cuando escuché esa historia de la chica acampada. Ya sabéis cual, ¿no? Es igual os la voy a contar: una chica va sola por un bosque, haciendo senderismo y fotos a todo lo que le llama la atención. Por la noche duerme en su tienda de campaña y por la mañana, después de desayunar decide ver las fotos que hizo el día anterior. Ve los hayedos, los troncos con musgo, las hojas, el río, y… varias fotos de ella durmiendo en el interior de la tienda. Así acaba la historia.
¿Qué? ¿La conocíais? ¿Acojona o no? Pues así me quedé yo al final de este libro. Con un ligero escalofrío.
Pero me estoy anticipando. Lo cierto es que me alegró comprobar que esta no era una novela típica de esas en las que se oyen ruidos raros o se abre una puerta de repente o en la habitación hace un frío que pela cuando segundos antes se estaba tan bien, ni aparecen o desaparecen cosas… (salvo Julian, claro). No. Afortunadamente, Hand huye de los estereotipos de casas embrujadas y deja el peso tanto a los protagonistas y sus recuerdos (confiables o no después de dos décadas) y al lector, que será quien finalmente busque una interpretación a lo sucedido, pues Hand no nos la va a dar.
La atmósfera creada, tanto en el interior de la casa, como en los recelos de los lugareños a según qué cosas, la taberna en la que algunos componentes cantarán para sacar algo de dinero… serán aspectos que van a darnos pistas para que cada uno saque sus conclusiones.
Wylding Hall se lee con facilidad, y el acierto de una estructura basada en el constante cambio de narrador, a modo de monólogos interiores, agiliza esa lectura. Todo lo relativo al proceso musical está muy bien llevado y a medida que avanzamos en la trama, el desasosiego va también en progresivo aumento.
El final, aunque se ve venir, es de los que te ponen los pelos de punta. Pocas veces he tenido una sensación así con un libro, a pesar de que el recurso no es nuevo y de, repito, verlo venir.
He aquí un ejemplo de gótico sobrenatural en pleno siglo XXI. He aquí una entretenidísima y aterradora lectura. Escalofriante.