Los autores nórdicos, sean cualesquiera las disciplinas que realicen (cine, teatro, literatura, cómics), suelen caracterizarse por un estilo frío que deja en el receptor cierto abismo reflexivo. Su narrativa puede ser un golpe seco que impacta en nuestras tripas o, por el contrario, un lento proceso de asimilación que requiere de una profunda reflexión posterior. Sea cual sea, en ninguno de los casos sentimos un calor asfixiante, una pasión, un dolor o una alegría al instante; no, necesita macerar en nuestra consciencia. Así, tenemos obras que impactan como las de Lars Von Trier en Bailando en la oscuridad o las sagas de novela negra de los Larsson, Nesbo o Läckberg y, por otro lado, la reflexión que propone, por ejemplo, Ibsen en Casa de muñecas o Strindberg en La señorita Julia. Todas ellas conceden al lector/espectador un campo abierto a distintas interpretaciones.
Y así, con este escuetísimo repaso al estilo nórdico llegué a la obra del dibujante y guionista de cómics Jason. Noruego él. Un completo desconocido para mí y que, solo con ojear por encima algunas viñetas de este Yo maté a Adolf Hitler ya me había conquistado. El título es desafiante, desde luego, e incluso fabular el nazismo con animales remitiendo de inmediato al Maus de Spiegelman también parece un desafío en sí. A ello, Jason le suma el toque de ciencia ficción a través de una máquina del tiempo que lleva al protagonista a la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Ingredientes todos que hacen muy apetecible su lectura. Y una vez leída, el goce es inmenso.
En Yo maté a Adolf Hitler el personaje protagonista es un sicario a sueldo que elimina del mapa con toda la frialdad nórdica posible, es decir, sin contemplación ni pestañeo alguno, a todo mal marido, hombres corruptos, madres que desheredan a sus hijos, vecinos tiquismiquis, malas y malos amantes que no cumplen… en fin, todo cuanto se le pida a este genio sicario de la lámpara se concede. La banalidad del mal, la facilidad de asesinar, la impunidad de aniquilar, quedan ya en el subconsciente del lector de este cómic al que título y portada ayudan a atar cabos. Un día, el jefe de este sicario le encarga un trabajo aún más especial: asesinar a Hitler. Para ello, han diseñado una máquina del tiempo en la que viajará al búnker donde el dictador ideaba sus maléficas intenciones y donde podrá matarlo para así evitar el Holocausto. Solo tendrá una oportunidad de acabar con Hitler y regresar de inmediato, ya que la máquina solo realiza viajes al pasado una vez cada cincuenta años. Por supuesto, todo sale mal. Sin conflicto, Hamlet se habría cargado a su tío en el primer acto, como se suele decir (y si no se dice ya te lo digo yo). Jason hila en este cómic un entretenido argumento y da un sorprendente e inesperado giro final.
El guion es tan solo el raíl por donde circula una verdadera maestría narrativa en los dibujos de Jason. Todos los personajes (¿perros? ¿gatos?, lo de los patos y conejos lo tengo más claro) se muestran impasibles; unos inexpresivos ojos redondos y blancos acentúan el carácter de diálogos enmudecidos. Como si todo alrededor fuera un inquietante silencio. Pieza fundamental en el arte y la vida, el silencio, pese a haber bocadillos con texto, es aquí la nota más relevante. Las viñetas, estructuradas en 2×4 en cada página, se van sucediendo como fotogramas de miradas, de rostros serios, pero que en el silencio relatan los hechos, los sentimientos (fríos) de los personajes. Trazo sencillo, ubicando los espacios, ya sean interiores o exteriores, siempre con poco detalle: apenas un sofá y una lámpara de luz cálida para los ambientes acogedores de la casa (ayuda a esta sensación la paleta de colores directos del colorista Hubert), apenas un simple bloque de edificios y una farola para la calle. A veces basta con un primer plano de dos personajes sentados a la mesa para encontrar un diálogo en el interior de un bar o un salón. Minimalismo casi teatral donde los intérpretes se pasean ante el espectador. Y otro detalle a destacar de la narrativa gráfica son las transiciones entre escenas distintas, a veces con un diálogo que queda abierto y enlaza con el hecho posterior y a veces a través de los dibujos.
En definitiva, mi acercamiento a los cómics de Jason a través de Yo maté a Adolf Hitler ha sido todo un acierto. Un cómic muy recomendable por el buen manejo de las emociones contenidas de los personajes y un deleite en el plano artístico, ya que los dibujos me han encantado por su sencillez y su (¿in?)expresión nórdica, fríos pero directos. Minimalismo y silencios en un argumento socorrido, pero eso sí, de inesperado giro final y lecturas intermedias.
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