Pocas veces leo en la playa, pero con Yo tenía una isla, la primera novela de Lorenza Pieri, hice una excepción. Fue un gustazo leerla junto a la orilla, porque la historia transmite eso: verano, brisa, mar. Al menos, durante la primera parte.
Viajamos a Giglio, una isla italiana de apenas mil habitantes en la que nunca pasa nada. Sin embargo, en el verano de 1976, año en el que arranca la novela, se convierte en el foco más mediático del país, porque Franco Freda y Giovanni Ventura —dos neofascitas imputados por la masacre de la plaza Fontana, un atentado terrorista cometido en Milán en 1969— van a ser desterrados allí, lo que para muchos demuestra la connivencia entre el régimen democristiano que gobierna y los fascistas que ensangrientan Italia con asesinatos y ataques. Los habitantes de Giglio no están conformes con acoger a esos dos criminales y planean acciones de protesta, encabezados por Elena la Roja, la madre de Caterina y Teresa. Y precisamente Teresa, su hija menor, es la protagonista de Yo tenía una isla, aunque siempre se sienta un personaje secundario dentro de su familia y de su vida.
A través de la mirada ingenua de Teresa, nos enamoramos de la isla de Giglio y conocemos la conmoción que provocó aquel episodio que marcó la política del país. La pequeña Teresa nunca ve el mal, a diferencia de su hermana mayor, siempre impertinente y contestataria, y de su madre, en constante cruzada contra la injusticia. Este contraste de puntos de vista la convierte en una historia donde brilla la ironía. A veces, divertida; a veces, amarga.
Decía al principio de esta reseña que Yo tenía una isla transmite verano, brisa y mar en la primera parte, esa en la que conocemos la infancia de Teresa, feliz a pesar de las agitaciones políticas y de los desencuentros de su familia. Pero esa sensación va abandonando la novela a medida que Teresa crece. En la segunda parte, se nos presenta a la Teresa adolescente, sus primeros amores, sus primeras decepciones y el incipiente distanciamiento de su familia. Y, en la tercera parte, Teresa ya es adulta, menos inocente pero igual de pasiva, y vive en Roma, lejos de su isla. Sin embargo, algo le hace retornar a Giglio, y en vez de reencontrarse con recuerdos hermosos, lo hará con una lista de remordimientos por los errores del pasado, las cosas mal dichas o las que nunca llegó a decir. Y entonces el mundo entero vuelve a dirigir sus ojos a esa minúscula isla italiana debido a un accidente rocambolesco que tuvo lugar allí en 2012 (que todos recordaréis, aunque no lo desvelaré aquí por evitar spoilers). De este modo, esta novela de iniciación que se entrelaza con una parábola sobre la historia de Italia durante las últimas cuatro décadas cierra su círculo de manera simbólica y perfecta.
Y allí seguía yo, en la playa, cuando concluí la lectura de Yo tenía una isla, sintiendo que me había reconocido en cada una de las Teresas que habían desfilado por las páginas del libro. Y, al igual que ella, aún impregnada de nostalgia, miré hacia el mar, llena de esperanza.
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