Reseña del libro “Yoga”, de Emmanuel Carrère
La de veces que he escuchado que la autoficción ya estaba muerta y la de veces que un libro que podría entrar en esa catalogación me lo ha desmentido. Porque van saliendo novedades de autores que son auténticos genios desgranándose a sí mismos y ese hablar de ellos, de su vida y sus circunstancias te sigue cogiendo a ti, a tu vida y a tus circunstancias como hermanas. No cansa. Un hablar (un escribir) tan universal que es imposible que termine nunca. Yoga es una muestra más de ello, un ejemplo más de uno de esos genios, Emmanuel Carrère, que por suerte no deja de escribir, de publicar, de regalarnos joyas en forma de libros. Culpa de ello también tiene Anagrama, y el traductor Jaime Zulaika. Así que gracias a todos.
Carrère quiere hablar de cómo el yoga lo ha acompañado durante toda su vida, de cómo el yoga le ha ayudado a convivir con la depresión, la bipolaridad, la enfermedad al fin y al cabo. Quiere hacer un pequeño librito donde el yoga sea el protagonista, donde recoger los apuntes que ha ido acumulando tras una vida de ejercicio del yoga. Pero claro, tenemos delante al maestro del yo, y todo acaba siendo salpicado por el Carrère más personal (si eso es posible). Y ese librito sobre el yoga se acaba convirtiendo en otra cosa, que yo soy incapaz de catalogar más que para decir que es algo genial. Él lo intenta, o como mínimo nos dice que: «el yoga está bien. No me estaban esperando a que yo lo dijera, lo sé. Simplemente me dispongo a decirlo desde otro lugar, digamos desde otra sección de la librería distinta a la del de desarrollo personal». Ese otro lugar, esa otra sección, por algún punto de libro parece ser que es el lugar desde donde habla el que ha visto «lo que no se debe ver: el fondo del saco».
Empezamos siendo partícipes de un curso intensivo y muy estricto de meditación, del que Carrère tiene que salir antes de tiempo (solo se puede salir por causas mayores) por lo sucedido en la redacción de Charlie Hebdo. Pasamos en ese retiro, antes de su marcha, unos días con él, que no puede hablar ni dirigirse a ninguno de sus compañeros, que come y duerme poco, que piensa mucho. Y esos pensamientos acaban siendo derramados en este libro. De ahí al atentado, del atentado a la depresión, de la depresión a ser internado en un hospital psiquiátrico, del hospital a Leros, donde entra de lleno en el problema de los refugiados, donde conoce a Erica y a Atiq y a Hamid y a Hussein y a Mohamed, pero sobre todo a sí mismo, un poco más. Y ese conocer, y ese pasar de un estado a otro, de un lugar a otro, de un pozo a otro, lo va contando en unas páginas que parecen pasar solas, que enganchan como sus mejores novelas, que atrapan a cualquiera que haya visto u oído alguna vez, aunque sea lejos, lo que él llama «perros negros».
Un Carrère muy cercano a los 60 años reflexionando acerca de todo, siempre con el yoga como compañero, tanto físico (ejercitándose cada día, incluso borracho) como mental (debatiendo acerca de la excesiva formalidad del yoga, de la verdad del yoga, del yo junto al yoga). Un Carrère que es el mismo Carrère de siempre, pero todavía más cercano, con la película de la ficción que tan bien sabe poner entre el lector y él cada vez más fina, con el convencimiento de que cuanto más se escriba a sí mismo, cuanto más se describa, más se entenderá, más se sabrá, más se dejará conocer. Aprender a conocer conociendo, aprender a escribir escribiendo, aprender a vivir viviendo. Carrère tiene sus partes oscuras, como todos, y las cuenta, pero es innegable el talento que desprende cada uno de sus libros, la sensación de maestría que queda en el aire cada vez que cierras algo que haya escrito. Eso pasa con Yoga. Y que siga.