sin puntos, es lo primero que aprendes de la novela, que está compuesta por una sola frase, casi quinientas páginas de corrido, sin un punto, seguido o aparte, y claro, te llama la atención: Zona, se titula, lo firma Mathias Énard; lo coges con curiosidad porque no te lo terminas de creer pero vas pasando las páginas y sí, hay separación de capítulos y muchas comas y algunos punto y coma pero sigues sin ver ningún punto: un coñazo, piensas, y te acuerdas de Cristo versus Arizona, y de lo que te costó leerla en la adolescencia; es verdad que al principio esta también se hace dura, pero poco a poco entras en Zona y vas cogiendo la velocidad y el ritmo de la novela, no es fácil pero te enamoras un poco de Marianne, te fascinas con el paisaje, te horrorizas con la guerra de los Balcanes y te das cuenta de que el texto no es solamente un experimento formal vacío y sin sentido, que tiene dentro varias buenas novelas, una de espías, una historia del crimen en Europa, una historia de amor; Francis Mirkovic, el protagonista, en cuya cabeza discurre todo, viaja sentado en un tren con destino al Vaticano, un tren actual pero lento, que tarda varias horas en llegar a su estación final: ha perdido un vuelo, o no lo ha querido coger, lo único que le queda es ese tren nocturno que ha de tomar para entregar en la meta un maletín que contiene importantes documentos sobre crímenes de guerra en “la Zona”; durante esas horas recuerda su propia historia, nada limpia, y la va intercalando con un recuento desordenado de hechos violentos desde Napoleón hasta nuestros días, en una especie de Ilíada contemporánea, hasta que se cansa de pensar y se pone a leer y entonces, sí, aparecen los únicos puntos de la novela, que no son pausas en la corriente de pensamiento de Mirkovic sino la puntuación que pertenece al libro que está leyendo, porque después vuelve a cabalgar por las montañas de su monólogo interior y recupera la narración huérfana de pausas fuertes y llena de frases decisivas, de puñales literarios: como Celso Castro, te dices de repente, un poco más acusado en Mathias Énard, que tiene calidad de sobra pero en ocasiones se recrea demasiado, en todo caso ya te has venido arriba, uno de esos libros con los que arder o que arrojar al fuego, te animas, aunque si has llegado a ese momento ya no hace falta animarte, habrás pasado por Beirut y los Balcanes, por Mesopotamia y por Trieste, y si has sobrevivido a la falta de oxígeno en tu ritmo lector y a la violencia que destilan los episodios que narra Francis, entonces te dará igual con quién se compare o a qué te recuerde, que ya vas a llegar al final de Zona a toda costa e incluso te va a dar igual qué pase con el maletín cuando lo entregue o cómo amanecerá en el Vaticano cuando se presente allí, simplemente recordarás que te has pasado media noche en vela tragando páginas y cuando te has querido dar cuenta el libro yacía junto a ti y la alarma estaba sonando y eso sí que ha sido, amigo, un punto final de los gordos.
Zona, de Mathias Enard
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