El primer paso para avanzar en cualquier campo es tener claro desde dónde partimos. Y mis conocimientos sobre literatura croata eran inexistentes. Cuando supe de la existencia del libro de Dubravka Ugrešić, no sabía a qué atenerme. Si bien es cierto que todo lo que oía sobre la autora llamaba mi interés, también lo era que no es un estilo y un género que suela frecuentar. Nunca he hecho buenas migas con la literatura europea. Siempre acabo pasando de puntillas por sus grandes autores sin llegar a emocionarme, sin saber cómo convivir con lo que me ofrecen. Sin embargo, sí confío en mis prescriptores. Y la editorial Impedimenta sabe filtrar como auténticos profesionales el grano de la paja. Así que si quería embarcarme en suplir mis carencias, nada mejor que entregarme a sus recomendaciones. Y Zorro lo tenía todo para que me gustase: desde un fuerte componente de autoficción hasta un sentido del humor y un amor por la literatura que rozan lo absoluto. No pude haber empezado con mejor pie. Este libro exigente se ha convertido en la puerta de entrada que necesitaba para todo aquello que me queda por descubrir.
La premisa de la que parte el libro parece simple: ¿cómo se crean los cuentos? ¿De dónde bebe la ficción a la hora de elaborar una nueva historia? Ugrešić a partir de estas preguntas teje toda una red de casualidades y anécdotas relacionadas con la literatura. Con el fin de que saquemos nuestras propias conclusiones el libro nos lleva por parajes exóticos y otros más terrenales. Japón, Ámsterdam o Estados Unidos son sólo algunos de los escenarios en los que la literatura vuelve los ojos sobre sí misma para hablar de lo que sucede cuando nadie mira. El ejercicio de metaficción pasa por autores de la talla de Nabokov o Borís Pilniak, pero también por un sinfín de esposas, viudas, amantes y también escritoras que convivieron con los grande genios de su tiempo, haciendo patente la sombra alargada bajo la cual estas mujeres tuvieron que hacer frente a todos esos hombres enfermos de tinta. Ugrešić convierte Zorro en una clase de literatura alternativa apostando por todas esas historias que no se nos contaron en su momento. Un recorrido cuyo eje es ella misma y que mantiene presente durante todas las partes que componen el libro, porque su biografía también está llena de esos momentos que sólo pueden darse en las grandes historias. La escritora croata subvierte su propio planteamiento y acaba hablando no sólo de cómo se crean los cuentos, sino también nos pregunta dónde fueron a parar todas esas historias que incluso teniendo lugar nunca nadie nos contó.
Dubravka Ugrešić reivindica la figura del escritor combativo. Se aleja y rechaza de forma abierta aquellos intentos de ficción que no tienen como fin recalcar la condición humana en su plenitud. La guerra, la identidad y la historia como un fracaso colectivo se convierten en estándares sobre los cuales ella vehicula el auténtico peso de su pluma. Casi al final del libro, la autora visita una escuela de escritura. Los alumnos que allí se reúnen para conocerla distan mucho del perfil que ella siente como auténtico. Con humor y cierta dureza, la autora habla sobre cómo se ha ido diluyendo la gran misión de la literatura. Esta anécdota representa el desencanto ante un mundo que ha cambiado más de lo que podemos controlar. Un mundo que, como bien dice la autora, ha tomado otros derroteros. Quizás es la ruptura generacional necesaria para que algo nuevo nazca, aunque la fe en esa nueva literatura no sea especialmente halagüeña. Las pantallas han sustituido a las páginas y sin caer en el mera tecnofobia Ugrešić siente que hemos perdido algo valioso con el cambio.
El zorro es un animal con un sinfín de recursos. Su astucia nace de la necesidad y es que el hambre afila la mente de cualquiera. Un extraño entre lo suyos. Ajeno a todo y a todos, el zorro no contempla ningún tipo de alianza. Es en su neutralidad donde puede dar lo mejor de sí. Los zorros carecen de manada y aun así encuentran su camino. Es el zorro, y no otro, el animal que mejor representa la dualidad entre paria y elegido. Es lógico que Ugrešić los haya usado para representar a su propia estirpe. Para hablar de soledad y literatura, para enaltecer el peligroso oficio de decir lo importante a través de la ficción. ¿Es el zorro el dios de los escritores? Según todos estos preceptos no me cabe duda. O al menos, según este libro, lo más cercano que existe. Eso es lo que uno aprende al acabar Zorro. A abrirse camino en el mundo cuando lo más afilado que tenemos a mano son las palabras.
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