Camino de sirga, de Jesús Moncada
Los caminos de la literatura (y de la memoria) son inescrutables. En este caso, además, son fluviales. Hace no mucho, escribiendo la reseña de El baile de Natacha, de Orlando Figes, recordé las bellas páginas que el autor dedicaba al cuadro de Iliá Repin “Los sirgadores del Volga”, y lo mucho que me gustaron tanto aquellas palabras como el propio cuadro. Ayer, leyendo una recopilación de cuentos rusos (de Clásicos Vergara, magnífica) me topé un cuento de Dimitri Narkísovich Mámin-Sibiriak, a quien no conocía, llamado “Rompientes”, que también trata, y con bastante profundidad, de la vida de los sirgadores, aunque en este caso no del Volga, sino del Chusovaia. Y todo ello me ha traído a la memoria una deuda pendiente que como reseñista mantengo con un libro magnífico que trata del mismo tema, aunque en esta ocasión de un destino más cercano como es el Ebro, Camino de sirga, en el que Jesús Moncada narra magistralmente el hundimiento (entiéndase como sumersión) de su Mequinenza natal como consecuencia de la construcción del pantano de Ribarroja, que concluyó en 1971.
La sirga, como profesión o modo de vida, es extraordinariamente literaria. La dureza de las condiciones laborales que tan bien se ve reflejada en las caras de los sirgadores de Repin es inseparable de cualquier relato que les tenga por protagonistas, pero este no es un libro sobre ellos, ni sobre su profesión, ni sobre su vida. Este es un relato universal, un catálogo de vidas de personajes tan reales como mágicos enhebrado por las rutas de las barcazas por el Ebro que igual que surcan el río cosen las vivencias que se narran en el libro hasta darles el carácter total de una novela. No es una descripción de Mequinenza ni de sus habitantes, sino que a través de ella se muestra la vida, con todo lo de grande y de pequeño que ello conlleva.
Si tuviera uno que atenerse a la construcción de unos personajes que la crítica califica de galdosianos, con las lógicas salvedades si tuviese alguna afición a las etiquetas los calificaría como de una suerte de realismo mágico aragonés (con todo lo que eso conlleva). Y no porque tenga algún parentesco con la escuela de García Márquez, aquí si llueve, llueve un rato, las vidas duran lo que dura una vida y las cosas que suceden bien podrían haber ocurrido en la vida real. No, definitivamente es una obra apegada al realismo en la que la fantasía es contenida, y si la califico de mágica es porque cuando los sirgadores tiran de las sogas, el lector se cansa, cuando beben en la taberna, el lector percibe el ambiente cargado de humo y jolgorio, y cuando el agua comienza a adueñarse de las calles del pueblo, el lector nota húmedos los pies. Y los ojos. Es mágica porque se vive y porque toda buena obra literaria lo es.
Si, finalmente, hubiese de fijarme en el estilo, en la técnica narrativa, entonces me costaría encontrar un paralelismo. Porque Jesús Moncada, cuya lengua nativa en el catalán, no se parece a muchos autores españoles que haya leído. No tiene un estilo fácil, sus frases son largas y abundantes en subordinadas, pero a la vez son contundentes y precisas. Tiene una cierta facilidad para construir imágenes de gran fortaleza sin resultar en modo alguno pretencioso ni grandilocuente. Y no descuida lo pequeño, el detalle, la emoción.
En el trasfondo de la novela se transparenta claramente la preocupación del autor por la justicia social y por las condiciones de vida de los que fueron, tal vez por imaginarios se merecen más que ningunos otros el calificativo, sus paisanos. Y por último, la melancolía por ese paraíso perdido que es el paisaje de la infancia tiñe a la novela de un halo romántico (no exento de crudeza) que permite que en los ojos del lector convivan a un tiempo lo entrañable y el asombro. Porque lo cierto es que el paisaje descrito, entendiendo como tal no sólo la topografía sino también la vida que se desarrolla en él, nos resulta lejano, especialmente en lo que se refiere al trabajo de los sirgadores que a día de hoy resulta incluso inconcebible, pero no obstante nos reconocemos perfectamente en él, tanto a nosotros mismos como a la sociedad que tan magistralmente retrata el autor.
En definitiva, desconozco si es por su lengua original o por cualquier otro motivo, pero Camino de sirga es una obra que aunque sea una de las novelas más traducidas del catalán y probablemente una de las mejores aragonesas, no goza del prestigio que merece, al menos yo no había oído hablar de ella hasta que tuvieron el impagable acierto de regalármela, y creo honestamente que merece ostentar un lugar de privilegio en las letras españolas.
Andrés Barrero
andresbarrero@vodafone.es
Me has cautivado con tu reseña Andrés, así que ya está anotado en mi carta a los RRMM, espero que también me cautive el libro de mi paisano, que por cierto no conocía.
Un abrazo!
Tengo que reconocerlo. Desconocía esta novela. Pero después de esta extraordinaria reseña, la apunto con mayúsculas en mi lista de pendientes. Gracias por el descubrimiento.
Besotes!!!
Gracias por vuestras palabras, hay novelas tan atractivas que se reseñan solas, espero que os guste.
Un abrazo,
Andrés
Tuve la suerte de que me regalaran esta novela (en catalán) hace un tiempo. Desde entonces soy una auténtica adicta a ella y la releo cada 2 o 3 años. Puedo decir que cada vez me gusta más y le encuetro matices nuevos. También la he regalado numerosas veces y nunca me ha fallado. Ciertamente, no es una novela fácil ya que, a la complejidad sintáctica, se une la léxica, al contener muchísimos rasgos dialectales de la zona de Mequinenza. Al menos en el original.
En definitiva, una joya que debería ocupar un lugar más privilegiado en las letras españolas (y catalanas)