Nostalgia, de Mircea Cărtărescu
Nostalgia es una palabra tan evocadora como lo son los relatos incluidos en este volumen, escritos con la prosa barroca e hipnótica de Cărtărescu.
Este es el tercer libro de Mircea Cărtărescu que leo en un par de años. De su estilo, tan característico, ya he hablado en dos ocasiones y de su biografía prefiero no comentar mucho, ya que su obra está llena de referencias autobiográficas. Como tampoco quiero desvelar la trama, llego a la conclusión de que no me queda mucho por decir.
Pensaba iniciar esta reseña contándoles cómo descubrí a Cărtărescu y cómo me fui volviendo un incondicional de sus libros, pero resulta que Edmundo Paz Soldán, en el prólogo a esta edición, cuenta exactamente lo mismo que yo tenía pensado escribir: que le llamó la atención la portada de un breve volumen de un autor desconocido titulado El Ruletista, que le maravilló, que descubrió que originalmente ese relato había sido publicado en un volumen llamado Nostalgia y que, mientras esperaba que se tradujera y publicara, llegó a sus manos Lulu, una obra mucho más personal que desvelaba un mundo interior tan rico como perturbador.
No es que a mí me sobren las ideas, y para una vez que tengo una, van y me la pisan. Sin embargo, cosas del destino, hace un par de días escuché una vieja canción de Leonard Cohen, Suzanne (por alguna parte debo tener el vinilo con la foto de Cohen en sepia reflejado en un espejo) que, por una de estas epifanías tan propias de los relatos de Cărtărescu, explica a la perfección qué me sucede con este escritor rumano.
Cohen lo resume muy bien: la primera impresión es que a Cărtărescu le falta algún que otro tornillo (todas esas obsesiones con arañas gigantes, puertas rojas cerradas con candados palpitantes, edificios ruinosos repletos de podredumbre y basura), aunque quizá sea allí donde reside su atractivo. Su abigarrado universo, poblado por travestis atormentados, sus inquietantes niños o sus escritores malditos adolescentes atrae tanto como intimida y aunque al principio uno se interna en él con precaución, a las dos páginas uno está completamente entregado y tiene la sensación de que lleva toda la vida leyendo a Cărtărescu.
Eso es lo que sucede con Nostalgia: una vez se lee la primera página, no hay opción; no importa el argumento, es imposible escapar del hechizo hipnótico de su prosa barroca, tensa, excesiva, llena de imágenes y símbolos que, como un poderoso campo magnético, deja al lector pegado a unas páginas en las que los protagonistas, el autor y el lector juegan papeles igual de importantes.
“¡Qué tiernos sois el uno junto al otro! Antes de que diga algo más, empiezas a acariciarla. Su rostro, que no tiene nada en común con el nombre de Svetlana, se vuelve hacia arriba, no finge el éxtasis, el labio superior se contrae y deja ver sus dientes en una sonrisa forzada, te abraza con todas sus fuerzas, ama a su exterminador. Esto se alarga tanto que, querido lector, me siento obligado a llenar tu espera con algo. No creo que te venga mal que te cuente algo sobre Vali. (…) Está en el cuarto curso de Filología y no se le pasa por la cabeza pensar qué hará después. Si alguien le dijera que va a ser profesor en una escuela minúscula de la periferia de la Capital, lo miraría con lástima. Lo mismo haría si le auguraran un brillate futuro en las letras rumanas. Por el momento vive con sus padres, lee, lee y vuelve a leer. Su trabajo es entusiasmarse. Escribe poco. Él escribirá, por ejemplo, dentro de dos años (desvelo esto solo para que os hagáis una idea de sus posibilidades como novelista principiante) la primera historia de este volumen, El Ruletista. Si, siguiendo una buena costumbre de lector, habéis empezado el libro al revés, leed ahora mismo El Ruletista. Es lo mejor que podéis hacer en este paréntesis en el que ellos se aman. Y, en términos objetivos, se tarda más o menos lo mismo.”
En Nostalgia se pueden encontrar los dos polos que imantan la prosa de Cărtărescu: por una parte, el volumen se abre con El Ruletista y se cierra con El arquitecto, dos cuentos de brillante argumento, inquietantemente borgianos (aunque el último, hacia su final, recuerda mucho al Stanislaw Lem más apocalíptico). Por otra, la parte central del libro, titulada Nostalgia contiene tres relatos que representan la faceta más onírica e intimista de Cărtărescu. Estos textos —El Medébil, Los gemelos y REM— se internan en el territorio mágico de la infancia y de la adolescencia, un territorio en el que el juego, la fantasía y los sueños forman parte de una realidad cruel y perturbadora. Los niños y los adolescentes de Cărtărescu poseen el don de la libertad, de la premonición de lo oculto, de la ira contra la vulgaridad, dones que se desvanecen con el paso del tiempo, pues para ellos crecer es morir.
En estos relatos los sueños juegan un papel crucial (para el autor “el sueño no es una huida de la realidad, es una parte de la realidad trenzada de forma inseparable con todo lo demás”), tanto como el propio narrador, que se inmiscuye en la narración con la misma naturalidad con la que los personajes se internan en un Bucarest mítico y perverso.
“«Tú sabes escuchar —me dijo—. Pero depende de que sepas soñar.» Y depositó en mi mano un pequeño objeto frío y bien pulido. «Colócalo debajo de la almohada y cuéntame mañana qué has soñado esta noche.» Se alejó después hacia el fondo de la calle, donde el cielo azulaba y el cometa, una araña extática, desilachaba su cola entre las estrellas.”
Todo Nostalgia es un disfrute para los sentidos (para todos; la prosa de Cărtărescu se huele, se oye, se siente en la punta de los dedos), pero REM merece una mención aparte. Se trata de un sofisticado artefacto, formado por multitud de historias, de realidades paralelas y de planos narrativos que se integran en espiral, girando sobre sí mismos en torno al REM, un vórtice misterioso emparentado con el Aleph de Borges. Sin embargo, a pesar de la complejidad de su estructura, es tal su riqueza narrativa y la potencia de su fantasía que la lectura fluye con la naturalidad de un inocente cuento infantil. Sin embargo, no tiene nada de inocente. Probablemente ni siquiera sea inocuo, porque la buena literatura nunca lo es.
Maravilloso relato el de Los gemelos. Llevaba unas semanas de mala pata literaria y me encuentro con este libro sublime. Un gran trabajo de Impedimenta, y una gran reseña tuya. Un abrazo.